Italia se despertó ayer prácticamente paralizada en respuesta a la convocatoria de huelga general que hizo el principal sindicato del país, el CGIL. Con una especial incidencia en el transporte público, millones de trabajadores italianos secundaron la protesta contra el paquete de medidas de hiper austeridad, anunciado por Berlusconi y alabado por los mercados que consideran restaurará la confianza y la credibilidad de una economía que no crece, depende del crédito exterior y amenaza con un colapso gravitatorio. Italia ha encendido las alarmas en la eurozona, pero el dictado de una recetas que hacen pagar los platos rotos siempre a los mismos, también han encendido la chispa de las conciencias y la movilización. Y éstas lo han hecho en el marco de una presión mediática que esgrimía el argumento que lo que Italia necesita es crecer y no hacer huelgas. Como si gran parte del establishment hubiera puesto en común la línea de la contraofensiva ideológica, tuvieron que hacer frente a acusaciones que tildaban la huelga de acto irresponsable y poco eficaz. Unas insinuaciones que no han evitado el éxito de la huelga contra el saqueo de los bienes colectivos.

Y eso sí que es una auténtica irresponsabilidad.