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Análisis | DÉCIMO ANIVERSARIO DEL 11-S

Han pasado diez años y el mundo sigue su rumbo

Diez años después de los atentados del 11-S en Washington y Nueva York, Occidente ha puesto en marcha un «estado de excepción como paradigma de gobierno». pero Al Qaeda y sus franquicias mantienen la capacidad de condicionar la agenda mundial Las alianzas de grupos regionales en la Península Arábiga o en el Norte de África, o la expansión de Al Sabah indican que la inestabilidad puede adueñarse de otros escenarios, sin olvidar las consecuencias de la intervención en Libia o un futuro ataque sobre Siria.

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Txente REKONDO I Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)

Se cumple ahora el décimo aniversario del fatídico 11-s, que dio pie a múltiples interpretaciones sobre el rumbo que podía tomar el mundo a partir de los brutales atentados en suelo norteamericano, algunos llegaron a hablar de la «tercera guerra mundial».

Desde entonces han acontecido muchas cosas y la realidad mundial ha variado ostensiblemente, aunque tal vez no lo haya hecho en el sentido que algunos agoreros lo habían anunciado. La guerra que enfrentaba a una organización como Al Qaeda con EEUU y sus aliados occidentales ha mostrado un sinfín de consecuencias para la mayor parte del planeta.

Los gobernantes occidentales aprovecharon la coyuntura para desarrollar una agenda «protegida» bajo el paraguas de la llamada «guerra contra el terror» que ha significado un importante retroceso en las libertades y derechos de la población que supuestamente debía ser defendida.

Hemos asistido a un sinfín número de ataques reivindicados por Al Qaeda o por alguna de sus franquicias, pero al mismo en el corazón del llamado «mundo libre» se ha institucionalizado una especie de estado de excepción,

Las prisiones de exterminio como Guantánamo (que Obama prometió cerrar y que, a punto de acabar su mandato, sigue vigente), las detenciones preventivas y no comunicadas o la aprobación del uso de la tortura como política oficial para interrogar sospechosos tras el 11-S se han convertido en las señas de identidad de esa nueva política.

Paralelamente hemos visto la repetición de términos como «víctimas colaterales, ataques preventivos, periodistas empotrados, listas negras», al mismo tiempo que la mayor parte de los gobiernos occidentales y los aliados en otras partes del mundo hacían suya esta política estadounidense, como los hacían también.

En palabras de un analista occidental estamos asistiendo al «estado de excepción como paradigma de gobierno», donde la llamada «guerra contra el terror», convertida en un negocio, es al mismo tiempo utilizada como paraguas ideológico por otros actores.

Pero estos diez años han visto otra serie de acontecimientos que también han condicionado el rumbo mundial. Las ocupaciones e invasiones de Irak y Afganistán (y más recientemente la de Libia); el pulso en Asia entre los gigantes chino e indio que anticipa un nuevo balance de fuerzas en la región; la crisis financiera mundial que desde EEUU se propagó por Occidente, y que a día de hoy no tiene visos de resolverse; la revolución de las telecomunicaciones y las llamadas redes sociales, que están influyendo en cualquier punto del planeta, o el imparable auge de las llamadas potencias emergentes, sobre todo BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) que muestran un nuevo diseño del futuro orden mundial, y estos últimos meses la llamada «primavera árabe», cuyo desenlace nadie es capaz de anticipar.

Durante estos años el protagonismo de Al Qaeda ha quedado patente a través de múltiples atentados (Madrid, Londres, Bali, Mumbay...). Sin embargo, aquellos que auguraron un ataque nuclear, envenenamientos de depósitos de agua, de momento no han acertado.

Hemos asistido a una importante transformación de esa organización, que ha debido superar la pérdida de importantes cuadros dirigentes y más recientemente la de Osama bin Laden. Muchos analistas se han venido preguntando si habrá otro 11-S (incluso señalan este décimo aniversario como una fecha referencial). Intentarlo entra dentro de su agenda, pero otra cosa bien distinta es la capacidad de llevar a cabo acciones de esa envergadura. El mayor control a los movimientos de personas y de capital financiero dificultan una coyuntura como la de hace diez años, aunque no hay que olvidar la posibilidad de que se activen «células dormidas» o que militantes solitarios lleven a cabo un brutal atentado.

Tampoco hay que perder de vista que en 2012 tendrán lugar las elecciones norteamericanas, y Obama, que aspira a ser reelegido, está dispuesto a reducir la presencia militar en Irak y Afganistán. No obstante, tal vez tengamos que dirigir la atención hacia las llamadas «franquicias de Al Qaeda», todo ese abanico de organizaciones, muchas de ellas con agendas propias, pero que se adhieren a la ideología central. En este sentido los recientes ataques sectarios y coordinados en Irak, Argelia, Egipto, Nigeria o más recientemente en India, muestran una nueva realidad de ese mundo jihadista transnacional.

Las alianzas de diferentes grupos regionales en la Península Arábiga o en el Norte de África, o la cada vez mayor expansión e influencia de la organización somalí Al-Sabah indican que la inestabilidad puede adueñarse de otros escenarios, sin olvidar las consecuencias que pueden tener la intervención en Libia o un futuro ataque sobre Siria.

Tal vez dos de los focos regionales más importantes, Somalia y Nigeria, pueden acaparar la atención por las consecuencias más allá del continente africano, sin olvidar la actividad de grupos jihadistas del subcontinente indio.

En Nigeria los recientes ataques de Boko Haram han mostrado indicios de un aumento del reclutamiento y una extensión de su área de operaciones, La respuesta gubernamental pasa por el uso de la violencia, lo que a su vez genera un mayor rechazo a la política centralista de los gobernantes nigerianos, incapaces de afrontar las verdaderas raíces del problema.

Un peligroso cóctel de pobreza, desempleo, gobierno fallido en algunas zonas, corrupción e injusticia social promueve este tipo de movimientos, que a su vez son capaces de lograr una mayor coordinación con grupos ajenos a la realidad nigeriana.

Otro foco de atención se situará en torno a Al-Shabaad, que desde Somalia ha comenzado a coordinarse con otros grupos, hasta el momento en clave ideológica, pero no puede descartarse que en el futuro lo haga de forma militar también. Los lazos de esta organización con Al Qaeda añaden un plus de incertidumbre al desarrollo de los acontecimientos.

El control de facto que tiene sobre buena parte de Somalia, su capacidad para desarrollar un gobierno y unas infraestructuras de poder aceleran el protagonismo de dicha organización más allá de la región del Cuerno de África.

El tablero mundial ha estado sujeto en estos diez últimos años a un pulso determinado, acompañado además de un sinfín de cambios y nuevos protagonistas. La capacidad de organizaciones como Al Qaeda de condicionar la agenda mundial sigue planeando, y como señaló en 2005 el entonces secretario de Seguridad Nacional de EEUU, Tom Ridge, «cada día debemos operar sabiendo que nuestros enemigos están cambiando en base a cómo cambiamos nosotros», una afirmación nada optimista desde el corazón de Washington, que prefiere seguir desarrollando la guerra contra el terror, con invasiones, ataques no tripulados, y sobre todo con el aumento de víctimas civiles, o como cínicamente definen algunos, «víctimas colaterales».

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