Mikel INSAUSTI

El cine de Benoît Delépine y Gustave De Kervern sigue sin convencerme, pues creo que carecen del talento y de la originalidad que necesita un cine “underground” y pretendidamente provocador como el suyo. Su anterior “Louise-Michel” aparentaba mucha más transgresión de la que finalmente conseguía, y con “Mammuth” la sensación de que todo se queda en agua de borrajas persiste. La pareja de cineastas se nutre de la tipología marginal, y ahora añaden a su particular galería de desplazados a un motero jubilado con pocas luces. Fuera de lo excéntrico que pueda resultar el diseño de los personajes, lo cierto es que el esquema de película de carretera en el que se enmarcan es de lo más trillado. La excusa argumental para el viaje se limita a que el protagonista ha de visitar a sus sucesivos patrones para completar el historial como trabajador, a fin de cobrar la pensión completa que le debería corresponder en su retiro. Los distintos encuentros en el camino pasan sin pena ni gloria, lo que impide que acaben dejando huella o algún tipo de experiencia vital reseñable.

Más que por las anécdotas en si, el espectador se acuerda de las vivencias del viejo rutero por los cameos de interpretes de renombre, con la presencia intermitente de una fantasmagórica Isabelle Adjani y del belga Benoît Peolvoorde mostrando su perfil cómico, como engreído buscador de objetos de valor en la playa por medio de un detector de metales. Ya que el diálogo ni dice ni aporta mucho más allá de lo absurdo, lo que da oportunidad a Yolande Moreau de mantener imposibles conversaciones telefónicas en la tradición de los mejores monologuistas, la película encuentra su mayor potencial expresivo en la voluminosa imagen de Gérard Depardieu, quien cuando abre los brazos al viento ocupa toda la carretera. Y es que la Münch alemana modelo Mammuth de 1.973 que conduce parece hecha a su medida. Los primeros planos de su rostro envuelto en una larguísima melena se ven deformados por una fotografía con excesivo grano.