Iñaki LEKUONA | Periodista
El olor de las nubes
Hay preguntas insondables que apelan a la metafísica, como ¿a qué huelen las nubes? O, ¿en qué sueñan los magistrados de la Audiencia Nacional cuando redactan sus sentencias? Hay, en cambio, otras preguntas mucho más tangibles y que apelan a la escatología, como ¿a qué huelen las sentencias de la Audiencia Nacional?
A podrido, podría ser. También a cagada. Porque, aunque la última condena supone un castigo kafkiano a un grupo de personas que pagarán con cárcel su apuesta política por una estrategia democrática, en última instancia la Audiencia Nacional a quien realmente condena es a España. Ese país.
Y es que este pretendido palacio de justicia que reposa sobre los cimientos del franquista Tribunal de Orden Público ha querido ser un martillo político para la disidencia vasca y un muro para su independencia. Pero en realidad, se ha retratado una vez más como una ruina de injusticias, un ente incapaz de dar en el clavo, simple murillo que no podrá contener el futuro de Euskal Herria.
Porque ese futuro no rima con la Una, Grande y Libre. Ni con la Constitución española. Ni con la monarquía, ni la borbónica ni ninguna otra. Ni con la inaudita Audiencia Nacional. Aquellos y aquellas que han decidido o aplaudido esta última condena sólo sacarán de ella el sufrimiento de las personas encarceladas y de sus familias. A cambio, acaban de sentenciar a ese país que tanto aman a su final, a que se resquebraje y se parta por la línea del Ebro, a que naufrague en su incompetencia y se hunda en su propia soberbia.
Y mientras todo esto sucede, ellos siguen en las nubes, sin ni siquiera intentar descubrir a qué huelen. Así son. Ahí se queden.