Lo de menos fue el resultado. Lo más importante para Anaitasuna en la jornada de ayer era que su regreso a la máxima categoría del balonmano estatal se transformase en una fiesta al medirse al actual campeón liguero y continental. Y eso se consiguió. Más de dos mil almas -el equipo ya tiene 1.800 abonados, lo que supone toda una demostración de apoyo de su masa social- animaron sin parar a los suyos, pese a que la gran diferencia deportiva sobre la pista se hizo patente desde el inicio.

El Barcelona no quiso de ninguna de las maneras dejarse sorprender por ese estado de euforia blanquiverde e instauró su mano de hierro sin contemplaciones. Un parcial de 0-4 puso ya tierra de por medio para los diez primeros minutos, una diferencia que iría aumentando a medida que avanzaba el encuentro.

Contribuyeron a ello los nervios de los de Aitor Etxaburu, como el propio técnico reconocería con posterioridad, poco acostumbrados a una coyuntura tan apasionada y a medirse a un rival de tantos quilates.

Perdidos ante el muro

Los continuos errores en ataque y pérdidas de balón, provocados entre otras cosas por el muro que formaban Morros, Jermenyr, Sorhaindo e Igropulo, amén de los rápidos contraataques de los extremos culés, Ugalde y Rocas -máximos anotadores-, fueron demasiado lastre para los anfitriones.

Pese a ello, Anaitasuna dejó algunas pinceladas con destellos de Ragot, los lanzamientos de Bernatonis y Borragán, o el bregar continuo de Casas. Detalles y objetivos específicos que se habían cumplido a juicio de Etxaburu, «aunque sólo haya sido en pequeñas fases».

El preparador eibartarra se refirió también al estreno como «una situación que hacía años que no vivía» y confesó que «con este público, tenemos el 80% de la salvación garantizada. Ahora hace falta que lo sepamos aprovechar».