Esta película de Wang Xiaoshuai guarda similitudes argumentales con “El espíritu de la colmena”. Lo que en la obra maestra de Víctor Erice era el trasfondo de la posguerra franquista, en “11 flowers” se traslada al final de la Revolución Cultural de Mao. El cineasta de Shanghai también confronta a un grupo de inocentes niños con un fugitivo sometido a una persecución política por parte del régimen imperante. Fuera de eso, no caben más comparaciones, menos aún en lo tocante al lenguaje cinematográfico. Wang Xioshuai persigue simplemente un tono evocador desde la distancia, personificado en un niño que no acierta a comprender lo que ocurría en aquellos años a su alrededor.

El referente del pequeño es la figura paterna, por ser el hombre que le inculcó la pasión por el dibujo y la pintura. Mientras en su pueblo el único arte a su alcance lo constituían los murales propagandísticos del maoismo, el protagonista conocía a través de su padre a los impresionistas. A la vez le animaba a salir al campo y pintar modelos de la naturaleza, a fin de desarrollar una mentalidad libre y abierta.

Unas miras que en las casi dos horas de relato aparecen constreñidas a la anécdota de la camisa que Wang Han pierde en el río, para acabar taponando la herida de bala del fugitivo, quien promete devolvérsela, lo cual cumple antes de ser condenado a muerte. De la ejecución sólo se oye el eco lejano de los disparos, en consonancia con la levedad de un drama familiar de desarrollo muy lineal.