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«Si quieres alimentar a tus niños con música clásica, no lo hagas con Mozart, prueba con Stravinsky»

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Vladimir Jurowski

Director de orquesta

Nacido en la antigua Unión Soviética, Vladimir Jurowski (1972) comenzó a destacar desde muy joven como una gran promesa de la dirección de orquesta, sobre todo por sus arrolladoras versiones del repertorio ruso y su habilidad para la ópera. Desde hace diez años es, además, una de las batutas más influyentes en la vida musical de Gran Bretaña.

Mikel CHAMIZO | DONOSTIA

Vladimir Jurowski ha actuado en varias ocasiones en Donostia, la última de ellas muy recientemente, en el marco de la Quincena Musical. Lo hizo al frente de la Orchestra of the Age of Enlightenment, la orquesta de instrumentos antiguos con la que trabaja habitualmente, junto con la Orquesta Filarmónica de Londres, de instrumentos modernos. Una dualidad en su trabajo como director que le permite un acercamiento muy diferente a las grandes obras del repertorio clásico.

En su última visita a Donostia dirigió la «Sinfonía Fausto» de Liszt con una orquesta de instrumentos antiguos. ¿No es una obra demasiado moderna para tocarla con estos instrumentos?

Existe una confusión con respecto a los orquestas de periodos históricos, y es que la gente tiende a concebirlas únicamente con instrumentos del Barroco y el Clasicismo temprano. En realidad, las orquestas de época suelen utilizar los instrumentos en los que pensaba el compositor cuando compuso determinada obra. En el caso de la «Fausto», los que conocía Liszt en 1854, algunos originales y otros copias. Pero esto no significa que usemos trompetas naturales, porque en aquellos años ya había trompetas con pistones, aunque muy distintas de las de hoy en día, porque la técnica de construcción de instrumentos de viento sufrió una enorme evolución en la época del cambio del siglo XIX al XX. La música de autores como Liszt, Wagner o Tchaikovsky la hemos conocido tocadas por instrumentos modernos. Incluso en grabaciones pioneras que se hicieron en los años 30 se usaban ya instrumentos muy diferentes de los que tenían en mente los compositores. En las últimas décadas, con motivo del auge del movimiento historicista, hemos investigado con instrumentos de época todo tipo de músicas, desde Monteverdi hasta Schumann y Brahms. ¿Por qué no llegar un poco más lejos? Por eso, con la Orquesta of the Age of Enlightenment estamos tocando músicas de Liszt, Wagner e incluso Mahler, poniéndonos como límite los inicios del siglo XX.

¿Se desvelan muchos aspectos de estas músicas al tocarlas con instrumentos de época?

Creo que sólo te das cuenta de lo moderna que fue esta música en su tiempo cuando la escuchas tocada por instrumentos de época. Estos instrumentos estaban lejos de ser perfectos, tenían defectos de afinación y no se combinaban tan bien entre ellos, además de exigir un gran esfuerzo en la interpretación. Para mí esto es un punto capital, porque hoy en día lo escuchamos todo en alta definición, todo suena extremadamente hermoso y preciosista, y esto nos impide ver lo revolucionarios que fueron determinados usos de los instrumentos en el pasado. Por ejemplo los compases con los que comienza «La consagración de la Primavera» de Stravinsky, en un fagot moderno suenan como una preciosa melodía, cuando su intención era que sonase como una voz salvaje de la naturaleza. Y, de hecho, es así como suena cuando la escuchas interpretada en un fagot francés de 1913.

Eligió al Coro Easo, un grupo amateur, para cantar junto a su orquesta. ¿Le gusta trabajar con coros amateur?

Es que es la vida musical de Londres en sí misma, allí sólo tenemos coros amateurs. Sólo hay uno profesional, el de la BBC. Tras once años de mi vida trabajando en Inglaterra me encanta trabajar con coros amateurs, por el componente de pasión que siempre hay en su trabajo. A veces, además, cantan mejor que los profesionales. Por supuesto, cuando tienes que montar algo muy complejo o necesitas vocalistas con una preparación especial, quizá no sea una buena idea optar por un coro amateur. Pero para la música romántica, siempre que puedo, opto por cantantes amateurs.

Ha estado 12 años al frente del Festival de Glyndebourne, quizá el más importante laboratorio para la ópera que hay actualmente en el mundo. Pero acaba de anunciar que dejará el cargo dentro de dos años. ¿Es consciente de que no volverá a tener una oportunidad igual?

Efectivamente, no la tendré, así que tendré que crearme yo una. Dejo Glyndebourne para abrirme a nuevas cosas que puedan llegar. Doce años es un periodo muy largo al frente de una institución, y no creo en los matrimonios eternos. A Glyndebourne siempre podré volver como invitado, pero soy de los que cree que el riesgo de acomodarse puede acarrear que las cosas no funcionen correctamente.

Una de las producciones de esta edición de Glyndebourne, «Otra vuelta de tuerca» de Britten, fue trending topic en Twitter. Otros de sus proyectos, como el de las Orquestas del Siglo XXI o los conciertos para escolares, también han gozado de una fantástica acogida. ¿Encuentra en la sociedad británica una mayor implicación con su cultura musical que la que puede haber en otros países?

Es muy diferente, porque la tradición musical inglesa nunca ha tenido un apoyo apropiado por parte del Estado. La gran diferencia entre la vida musical inglesa y de las naciones europeas es que éstas siempre han dependido de la gestión de los monarcas, después de los dictadores y, finalmente, del Estado, que hoy en día sigue financiando el arte. En Inglaterra, sin embargo, las autoridades, la monarquía, nunca se han preocupado lo más mínimo por lo que ocurría con la vida musical. Toda la música clásica en el Reino Unido existe por el entusiasmo de sus participantes. Las orquestas están autogobernadas, de forma que los músicos toman las decisiones y deciden su destino, escogen a los directores e incluso participan de las financias de la institución. Esto es algo único.

También fue el primer país en iniciar la educación musical de las masas populares.

Allí prima la noción de que la música clásica no es algo elitista, sino algo para todo el mundo. Por supuesto nosotros, en Rusia, en tiempos del comunismo también teníamos el acceso universal a los conciertos, pero los tiempos han cambiado y el capitalismo, en sus formas más explícitas, no apoya al arte. Es así de simple y así de trágico. Por eso hay que buscar otros modelos para acercar la música al público, y en ese sentido las orquestas e instituciones de Gran Bretaña, como el Festival de Glyndebourne con su Departamento de Educación, han sido pioneras en Europa. La Filarmónica de Berlín, con la llegada de Simon Rattle, transplantó el departamento de educación que éste tenía en Birmingham, y ahora está generando resultados muy similares e igual de positivos. Allá donde voy aprovecho para defender las excelencias del sistema de educación musical.

No obstante, es casi radicalmente opuesto a lo que fue el sistema soviético. Me sigue chocando escuchar este tipo de defensa de un ciudadano ruso, aunque lleve 20 años viviendo en Alemania.

Seguro que no soy comunista, ni siquiera tengo un credo político. Si lo tuviera, sería que la gente coexista pacíficamente, y que no se aniquile el alma de los niños antes de que esta pueda desarrollarse, que siga su curso natural. Con la música podemos hacerlo, es un arma extraordinariamente potente e influyente, y deberíamos tener mucho cuidado de cómo se exponen los niños a ella. Cuando yo era un estudiante, en Moscú, un compositor ruso vino y habló sobre educación musical. Dijo que la gente está confundida con respecto a los niños, pues cree que sólo comprenden cosas sencillas. Y es todo lo contrario, los niños pueden captar estructuras rítmicas mucho más complejas. Así que, si quieres alimentar a tus niños con música clásica, no lo hagas con Mozart, prueba con Stravinsky, e incluso con Berio o Stockhausen, aunque sea con cuidado. Sólo hasta más tarde la psique humana desarrolla su percepción de la armonía y la melodía, lo primero que predomina es el sentido del ritmo. Por lo tanto, si tu hijo es ruidoso no le hagas sentarse y escuchar, hazle que baile y que corra, es más sano y más natural.

Han surgido algunos rumores que apuntan a su persona como un posible sucesor de Simon Rattle al frente de la Filarmónica de Berlín. ¿Qué opina de eso?

Nunca he oído esos rumores y no sé de donde vienen. Sólo he dirigido a la Filarmónica de Berlín dos veces y no sé cuando será la tercera. Para ser honesto, no tengo sueños o fantasías de ese tipo, en absoluto. Te digo más: nunca quise ser un director famoso, ocurrió por accidente. Intento mantenerme lo más alejado que puedo de este mercado de la música y llevar una vida normal, y hacer cosas a veces que no son clásicas y ni siquiera aceptables para el mercado clásico. Me gusta lo que hago ahora mismo, así que no tengo más planes inmediatos más allá de dejar la dirección artística de Glyndebourne y continuar al frente de la Filarmónica de Londres, quizá durante los próximos cinco años. Y eso es todo.

CAPITALISMO

«En Rusia teníamos el acceso universal a los conciertos, pero los tiempos han cambiado y el capitalismo, en sus formas más explícitas, no apoya el arte. Es así de simpole y así de trágico»

OTRA ETAPA

«Dejo Glyndebourne para abrirme a nuevas cosas que puedan llegar. Doce años es un periodo muy largo al frente de una institución, y no creo en los matrimonios eternos»

AMATEURS

«En Londres sólo tenemos coros amateurs, el único profesional es el de la BBC. Me encanta trabajar con coros amateurs, por el componente de pasión que siempre hay en su trabajo»

La música de Beethoven no mejora mi digestión

Una de las principales preocupaciones de Vladimir Jurowski es la de la educación del público y su acercamiento a la música clásica. Lleva desarrollando iniciativas en este terreno para el público británico desde hace más de diez años. Pero tiene claro que la música debe enseñarse, y consumirse, de la manera adecuada. «Esta mañana estaba volando con Iberia -explica el maestro ruso- y estaba sonando música, algo de compositores clásicos españoles, creo que Falla. Pero yo quería dormir, no que me forzaran a escuchar música en un momento en que sólo deseaba silencio. No puedes forzar a la gente a escuchar música clásica, es un gran error». Después nos cuenta una situación que todos, probablemente, hemos vivido. «Si estás en el metro y alguien toca el violín, si quieres te paras y escuchas y, si no te gusta, tienes prisa o no te apetece, sigues adelante. Es así como debería ser, y no lo que ocurre en muchos lugares, en que es imposible escapar de la música. A mí eso me vuelve loco, a pesar de ser músico». Concluye Jurowski con un símil gastronómico: «Cuando como una hamburguesa no quiero escuchar música de Beethoven, no mejora mi digestión. Las dos cosas son importantes, comer y Beethoven, pero por separado. Es uno de los mensajes que me gustaría expandir por el mundo, que nadie debe imponerte nada. Aunque sé que suena mucho a capitalismo...».  M.C.

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