Koldo CAMPOS Escritor
Sofá para tres
El vampiro penetró sigiloso por la entreabierta ventana. Dos colmillos sedientos de sangre, generalmente de mujer, resplandecieron a la luz de la luna mientras en medio de la lúgubre noche el aullido de un lobo presagiaba el horror.
Con su habitual parsimonia, el vampiro se aproximó a la anciana que, recostada en un viejo sofá, seguía atenta a la pantalla de su televisor como si en absoluto le inquietara la amenaza. Hasta tuvo el detalle, cuando advirtió al vampiro a su lado, de hacerle un sitio en el sofá.
Un aciago crujido del armario anticipó la mano de la momia. Y tras la mano, de las sombras del destartalado mueble emergió el resto de la momia mientras en medio de la lúgubre noche el aullido de un lobo confirmaba el horror.
Lentamente, fuese porque le costaba respirar a causa del vendaje o por el hedor de su atuendo, la momia se acercó a la anciana que, en compañía del vampiro, seguía atenta a la pantalla, ajena al peligro que se cernía sobre ella. Hasta se decidió a compartir también con la momia el concurrido sofá, aunque observando la precaución, dada la pestilencia del contexto, de sentar a la momia en un extremo.
Y hubiera consumado su amenaza el lobo de no ser porque, finalmente, la anciana apagó el televisor, rebuscó en el bolsillo de su jubilada bata los únicos cuatro euros que le quedaban y, cuando los ratificó sobre la palma de su mano, dejó escapar su más brutal y desgarrador alarido poniendo de inmediato en fuga al vampiro, a la momia y al lobo, antes de desplomarse sobre su desolada realidad, que tampoco esa noche fue televisada.