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Paco Letamendia | Profesor de la UPV/EHU

El modelo Kukutza

El 16 de julio, una colorida manifestación desbordaba las calles de Bilbo en defensa del gaztetxe Kukutza III amenazado de derribo del barrio de Errekalde. Había en ella hombres y mujeres, músicos, zancudos, payasos, danzarines, malabaristas; a mí me recordaban las manifestaciones vitalistas del primer mayo del 68 llenas de creatividad y alegría y presididas por el principio de la imaginación al poder. Pero había aquí una diferencia esencial. Pues en la manifestación de Kukutza había muchas familias, con gente mayor y un montón de niños. Lo que ahí se defendía formaba parte esencial y se enraizaba en el abandonado y descoyuntado barrio obrero de Errekalde, ese barrio con su plaza central cortada por los viaductos de la autopista que sobrevuelan los tejados de las casas, para construir la cual, el cristianísimo franquismo ordenó en sus estertores destruir la iglesia.

Cuando los manifestantes llegamos a él tuvimos ocasión de comprobar la sintonía de Kukutza con su barrio: la gente salía a las puertas de los comercios y se asomaba a las ventanas para aplaudir la manifestación. Y es que las sucesivas Kukutzas han venido realizando una incansable labor de difusión cultural entre la gente del barrio a través de incontables iniciativas artísticas, recreativas, deportivas y formativas en las que participaba todo el mundo. Sus dinamizadores han sido mayoritariamente jóvenes, no pocos en el paro, quienes sin la más mínima ayuda se han dedicado en cuerpo y alma a reconducir hacia una cultura popular, creativa y autogestionada a gente que sin ellas se habrían visto acosadas por el doble fantasma de la violencia y la droga. En vez del homenaje que merecen por tantos años de trabajo incansable y desinteresado, su única recompensa ha sido el apaleamiento, las detenciones y el escarnio.

Para los que ya somos viejos Kukutza ha sido la ocasión de un necesario aggiornamiento, del descubrimiento del modelo imaginativo de participación cultural propio de las nuevas generaciones, y un motivo de orgullo de haberlo aprendido de nuestros hijos. Kukutza no ha sido la única experiencia de este tipo, hay innumerables gaztetxes a lo largo de Euskal Herria animados del mismo espíritu; pero sí el caso más emblemático, con una gama de actividades de enorme riqueza.

¿Quién amenazaba a Kukutza? Unos especuladores inmobiliarios que compraron el solar de Kukutza por cuatro perras, hoy al parecer bajo sospecha judicial; y por supuesto, quienes en 1995 recalificaron ese suelo industrial como urbanizable para permitir la incalificable tropelía que acaba de consumarse. Se argumenta el sacrosanto argumento de la defensa de la propiedad privada. Pero ¿es eso así? No hace falta remontarse a los anarquistas o al primer marxismo para cuestionarlo; la Doctrina Social de la Iglesia viene defendiendo la función social de la propiedad privada, y por tanto, las limitaciones de ésta, desde hace más de una siglo, y muchas constituciones, incluyendo a la española, la recogen en su texto. No estamos hablando de domicilios privados, como se ha dicho como una broma; sino de un conflicto que ha enfrentado a unos opacos especuladores con el corazón que hacía latir a todo un barrio. Si no nos encontramos aquí con la vulneración de la función social de la propiedad, que baje Dios y lo vea. Finalmente, nos encontramos en Errekalde ante dos modelos antagónicos de cultura y de democracia. Para un modelo las iniciativas municipales deben centrarse, en una urbe como Bilbo, en los eventos de élite y en el embellecimiento de los barrios opulentos. Durante los días calientes del conflicto se habían puesto hamacas en el centro de Bilbo para que la gente contemplara a sus anchas la torre Iberdrola. ¿Por qué no traerlas a Errekalde el día del derribo para que los visitantes contemplaran desde ellas el desfile de tanquetas, los pelotazos, y el edificio de Kukutza despanzurrado?

Por otra parte, flaco favor va a hacer esta operación al arte con mayúsculas. Extasiarse, por ejemplo, como me pasa a mí, con el bellísimo continente y el riquísimo contenido del museo Guggenheim, debía ser complementario, y mutuamente enriquecedor, con actividades culturales de base tipo Kukutza ¿No se ha pensado en el abismo que este conflicto es susceptible de crear ente uno y otro tipo de expresión cultural en las mentes de las nuevas generaciones?

¿Y qué decir de la doble operación de desalojo y derribo de la sede de Kukutza, así como de los relatos que la han acompañado? Yo estuve en Errekalde la mañana del desalojo, en este barrio que parecía Beirut, y sé por mí mismo que los discursos sobre la proporcionalidad del operativo son una broma de mal gusto. Un colega mío hablaba de una estrategia de shock; de infundir la mayor cantidad de pavor posible al mayor número de gente. Lo que había, y ello se ve en los vídeos, son movimientos de personas intentando escapar como podían de las agresiones generalizadas.

También se produjeron, ese día y los siguientes, respuestas no previstas y menos aún programadas por Kukutza, y que la asociación vecinal de Errekaldeberriz ha desautorizado con razón. Pero es que provocar este desenlace con una estrategia de shock formaba parte del guión; así se ocultaba a la opinión pública el origen y naturaleza del conflicto y se hacía pasar a las víctimas por agresores e incendiarios. Cuando los medios y los políticos quieren desvincular a algunos movimientos de las secuelas imprevisibles y no deseadas de sus protestas bien se han encargado de decir las cosas como son, como ocurrió con las manifestaciones del 15-M en Barcelona.

Aquí ha ocurrido lo contrario. Cuando se consiguió provocar el vandalismo, se imputó su responsabilidad primero a Kukutza y finalmente a Bildu. «Todo es un tema de kale borroka, y ya se sabe de dónde viene esto», era el argumento central, que tanto recuerda al de «todo es ETA». ¿Es pensable que cuando la izquierda abertzale se está esforzando en hacer desaparecer todo vestigio de kale borroka pase de pronto a alentar lo contrario? El argumento es tan burdo que ha sido sustituido por este otro: no lo condenan como lo hacemos nosotros, luego por tanto son ellos los responsables. O sea, que la pieza política que quieren cobrarse en última instancia debe venir mansamente a unir su voz al coro para que una vez el cuello en la soga los instigadores del conflicto tiren de ella. Supongo que ya hará lo posible la izquierda abertzale en la medida de sus posibilidades (que no son ilimitadas) por que este tipo de vandalismo no se vuelva a dar.

Pero hay algo que es preocupante a un nivel más general. Comparar el modelo político vasco de solución del conflicto y el conflicto vasco entre modelos culturales nos lleva a conclusiones sorprendentes. En el modelo político, el principal obstáculo a un proceso de paz hasta ahora estrictamente unilateral se encuentra en la actitud de los partidos y medios del Estado; sólo últimamente se ha abierto una leve luz de cambio de actitud, que habrá que esperar a ver si se concreta a los resultados de las elecciones generales.

En el conflicto entre modelos culturales, las posturas más cerradas las abandera paradójicamente el alcalde de Bilbo, que resulta ser del PNV. Cerrazón total a dialogar con Kukutza y sus representantes (ello me consta), discurso en blanco y negro sobre las causas del conflicto, contundencia total en el desalojo y el derribo, desvío de responsabilidades hacia un rival político, insultos («tontos útiles») hacia los apoyos sociales e intelectuales del modelo...

Si somos muchos los que pensamos que el nacionalismo vasco precisa de cara al proceso de paz de un acuerdo nacional de base entre las dos culturas, jeltzale y de izquierda abertzale, es obvio que tal como están las cosas habría que excluir del acuerdo el modelo cultural -y de democracia local-.

Un hombre como Azkuna, que sabe que una cuarta parte del voto local del PNV en toda la Comunidad Autónoma es suyo, y que calcula que sus posturas de extrema intransigencia riegan su huerto de un electorado bilbaino conservador y de barrios altos, nacionalista vasco o no y enemigo acérrimo de cuanto significa el espíritu Kukutza, no va a dar su brazo a torcer. Pero el alejamiento acelerado en el conjunto de Euskal Herria que su actitud puede provocar por parte de las nuevas generaciones ¿es asumible por el PNV? ¿Y es compatible con los acuerdos más amplios que precisan los nuevos tiempos? Kukutza IV requiere como interlocutor un Azkuna II, y si la reconversión personal no fuera posible, otro máximo edil. Pero éste es un problema que el partido jeltzale deberá resolver por sí sólo.

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