«El nombre de la rosa»: una nueva versión apta para todo tipo de lectores
La publicación en Italia de la nueva versión de «El nombre de la rosa» -reescrita para ser más ágil y asequible para todo tipo de lectores-, ha provocado una polémica encendida que señala directamente a su creador, Umberto Eco.
Koldo LANDALUZE
Dos monjes franciscanos ascienden por una ruta escarpada y zigzagueante que culmina a las puertas de una gran abadía benedictina ubicada en las alturas de los Apeninos septentrionales. En esta cumbre -a escasos metros de Dios y, por lo tanto, cerca de todo de lo que el hombre codicia de él-, una serie de acontecimientos han castigado la apacible rutina de una comunidad religiosa que vela el secreto que oculta su envidiada y letal biblioteca. De entre la bruma de esta mañana invernal de 1327 se asoman fray Guillermo de Baskerville y su joven pupilo Adso de Melk, el resto forma parte de un legado literario que retorna a las librerías.
En cuanto se confirmó que el escritor Umberto Eco había decidido revisar «El nombre de la rosa» con intención de publicar una obra mucho más accesible para los nuevos lectores, han sido infinidad los foros y opiniones en los que se ha decretado la alarma ante este «bárbaro sacrilegio». En este acalorado debate, muchos han sido quienes se han rasgado las vestiduras -quizá el término «hábito» resulte más oportuno- y, escandalizados ante el pecado original que supone mancillar una novela tan severa y compleja, han vertido todo tipo de calumnias emulando a la fiera némesis de Guillermo de Baskerville, el dominico Bernardo Gui.
Sentado ante este novedoso tribunal inquisitorial de reminiscencias virtuales, Umberto Eco es señalado como un mercader ruin que ha pretendido sacar el mayor rédito posible a su pieza literaria más codiciada, lo cual dista mucho de la realidad, si tenemos en cuenta que el prestigioso semiólogo italiano ha encontrado su cruzada particular en los nuevos hábitos de lectura que maneja la generación actual y que están estrechamente ligados a la Red de redes. El imperio de internet y la irrupción de los libros digitales no son una maldición apocalíptica, forman parte de un nuevo modelo cultural que nunca debe ser tomado como enemigo sino como una prolongación lógica y coherente, un aliado al que siempre hay que vigilar muy de cerca. Por ese motivo, el propio Eco ha declarado en repetidas ocasiones que «Internet simboliza el regreso de Gutenberg y quienes leen en él lo hacen con prisa y forman parte de un nuevo fenómeno que, obligatoriamente, requiere estar mínimamente alfabetizado».
Menos «lastre»
Animado por hacer mucho más accesible su obra a un lector al que se le resistían las páginas de «El nombre de la rosa», dada su complejidad, Umberto Eco ha optado por quitar «lastre» y recrear nuevamente los sucesos que convulsionaron la paz de aquella abadía olvidada respetando la trama y los personajes, con la intención de seducir al lector y planteándole un nuevo reto: si te ha gustado esta versión, inténtalo con la anterior.
La novela original supone un fascinante juego para quien sabe desenvolverse en la trastienda de la cultura medieval, disfrazada de crónica policíaca, a lo largo de sus páginas nos adentramos en un mundo cambiante y salpicado de multitud de citas y personajes históricos descritos mediante diferentes niveles de lectura que tienen su raíz teórica en Gruppo 63 -un movimiento neovanguardista al que perteneció el escritor- y en la totémica presencia del polémico pensador franciscano Guillermo de Ockham, personaje que, junto al Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle, dio sentido y significado al protagonista Guillermo de Baskerville. Impreso en la pantalla del ordenador o sobre el papel, el lector retorna a un juego de secretos y códigos encerrados en una obra escrita por un cansado y ya anciano Adso de Melk que sella en el epílogo un último y definitivo enigma que da sentido al título: «Dejo este texto, no sé para quién, este texto, que ya no sé de qué habla: stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus».