Mikel INSAUSTI

El cine hace muy bien en cubrir las lagunas de la historia, esos vacíos que de otra manera quedarían como páginas en blanco de una memoria incompleta. Y si ya nos referimos al papel de la mujer en otras épocas, es de justicia reescribir el pasado devolviéndole el lugar que le fue arrebatado. Por desgracia, las composiciones de Maria Anna Mozart se perdieron, así que no hay bases reales para comparar su talento musical con el de Wolfgang Amadeus Mozart. Ningún estudioso discute que ella también fue una niña prodigio, siendo lógico suponer que su obra estaría a la altura. De su valía como intérprete dejó constancia en las giras en que acompañó a su hermano pequeño al clavecín y la voz, pero se le impidió continuar su carrera una vez cumplida la mayoría de edad. En el siglo XVIII las mujeres adultas tenían prohibido tocar instrumentos en público, del mismo modo que no se les permitía editar partituras. Se sabe de la existencia de tales creaciones por algunas cartas del hermano, aunque la más extensa correspondencia paterna no las menciona.

René Féret, en contra de lo que se está afirmando gratuitamente por falta de información, no comete en “Nannerl, la hermana de Mozart” discriminación positiva a favor de la mujer. No se le puede acusar de manipulador histórico, ya que la única licencia que se toma es la del imaginario romance entre la protagonista y el Delfín en la corte versallesca de Luis XV, con fines puramente melodramáticos. Lo que importa es el fondo de la cuestión, y lo cierto es que a Maria Anna, por mucho que su padre Léopold la llamara cariñosamente Nannerl, nunca le dejaron elegir a su pareja y fue empujada a un matrimonio concertado, e incluso su primer hijo siguió bajo la tutela del abuelo, quien quiso convertirlo en un nuevo Amadeus. La compositora Marie-Jeanne Serrero hace una recreación musical tan verosímil como el propio relato cortesano, iluminado con luz natural y filmado por una cámara muy viva, testigo fiel de un tiempo injusto para la mujer.