Responsabilidad y liderazgo
En un momento como éste es difícil confeccionar una lista exhaustiva de las capacidades y virtudes que deberían tener los responsables institucionales y los dirigentes políticos para sacar adelante el objetivo de una paz justa y duradera. Los firmantes de la Declaración de Aiete han planteado que «se requiere valentía, voluntad de tomar riesgos, compromisos profundos, generosidad y visión de hombre de estado». Sin lugar a dudas son características que poseen las personas fuertes, inteligentes, conscientes de su responsabilidad y con capacidad de empatizar. A falta de una legión de políticos brillantes, lo que exige este momento histórico es un mínimo de responsabilidad y de liderazgo.
Seguramente, no toda la culpa de lo que le ha ocurrido durante la última semana a Patxi López sea suya. Resulta creíble que quienes tenían información directa y veraz sobre lo que estaba ocurriendo y las consecuencias que podía tener no le hayan informado debidamente. Quizá no se fiaban de él, pero se supone que son personas de su confianza. No obstante, es público y notorio que López tampoco ha atendido a quienes, con información o con la simple intuición que dan la experiencia y el conocimiento profundo de los parámetros básicos en los que se mueve la política vasca, le han aconsejado que apostase a fondo por la resolución del conflicto y pusiese todo su empeño y la relevancia de su cargo a disposición de ese objetivo. En vez de seguir esos consejos, Patxi López despreció a las figuras políticas internacionales más relevantes que han pisado en mucho tiempo el territorio que él gobierna y que vinieron a ayudar a traer esa paz.
López ha hecho el ridículo y ha debilitado terriblemente su posición. Por eso su discurso de ayer resulta tan decepcionante. Dice que va a hacer una ronda con los partidos con representación institucional, ronda en la que incluiría a Bildu. A estas alturas López ha demostrado que, incluso independientemente del modo ilegítimo por el que llegó a Lehendakaritza, no tiene ni capacidad política ni liderazgo como para estar a la altura de la responsabilidad que le ha tocado en suerte. En consecuencia, antes o después deberá convocar elecciones libres y democráticas. Si no es capaz de hacerlo por liderazgo, que lo haga por responsabilidad.