Me resulta extraño escribir sobre el cierre de un tiempo difícil y comprometido que ha convivido conmigo desde que tenía 19 años. Desde entonces, los días se han ido encerrando en las vivencias que una lleva consigo y que hoy he recuperado de golpe, hasta apretar la emoción de unos recuerdos que se entrelazan con otras memorias que no quiero olvidar. Esas memorias me miran en la distancia y me doy cuenta de que además pertenecen a una historia, escrita en muchos años de lucha y compromiso por hombres y mujeres que siempre tuvieron un nombre inolvidable y querido para su pueblo y su gente. En este momento me cuesta escribir en términos de análisis político. Tengo el pensamiento supeditado al sentimiento, a la amistad, a la vida que se va sin decir nada y aún se llena de ilusión. No quiero escribir desde la fría corrección política. Las palabras no tendrían sentido. Se abren nuevos tiempos, nuevas etapas de lucha y compromiso de los que se hablará mucho, en los que habrá que trabajar, dialogar, pelear, llorar, reír y ganar. Para hacerlo tenemos el tiempo que otros nos dieron. Y es a ellos a quienes quiero recordar, a todos los militantes de ETA que cayeron en enfrentamientos con la Policía, a los que asesinó el BVE, el GAL, a los que murieron en una acción, a los que se fueron porque era su momento de morir, a los que mataron en esas «inexistentes» sesiones de tortura de oscuras comisarías, a los que sufren largas condenas, a los que asesinó la dureza de la prisión... A los que, desde aquellos 19 años casi olvidados, se cruzaron en mi vida y dieron fortaleza a mi debilidad. Txoritxu, Makario, Korta, Alberto, Pako...