Auno de los llamados «padres de la constitución española», Gregorio Peces-Barba, solamente le ha faltado hacer un chiste de maricones para poder entrar en algún club de entretenimiento con más publicidad y posibilidades. Lo malo es que como viejo españo- lazo retrógrado y en perpetuo declive, se ha quedado en un chiste malo sobre catalanes, cargado de ideología imperialista trasnochada. Hecho en un congreso de abogados en Cádiz, consiguiendo, eso hay que señalarlo, aplausos y risas de algunos de sus patrocinadores, lo que no deja de ser una muestra más de la reconquista españolista que se está promoviendo.

En la tertulia de La Sexta al mediodía, con ese título tan poco adecuado, «Al rojo vivo», el conductor se ha ensañado con él como si hubiera encontrado una buena excusa para limpiar su propia imagen de centralista. Pero la verdad es que su aparente cabreo era impostado, se trataba simplemente de paliar el daño que puede haber hecho a las aspiraciones del voto españolista en Catalunya. Directamente le acusa de hacerle un favor a los nacionalistas. Ole. Con estas bromas cuarteleras de un señor que ha tenido tanta responsabilidad política e institucional en la transición, lo único que se logra es que empecemos a entender que personajes de esta índole no han cambiado, sino que entonces, por coyuntura, se travistieron, y diseñaron una constitución con algunos detalles de descentralización. Poco más.

De las palabras de Peces-Barba, los que se tendrían que sentir más ofendidos son los portugueses. Porque la broma es de una malversación histórica bastante importante. Las ofensas a la historia, a su interpretación y a los sentimientos de cualquier catalán, sin necesidad de ser independentista, se podrían entender como un derrame de insuficiencia democrática, pero cuando lo quiere arreglar y dice que los catalanes deberían «hacérselo mirar», porque no aguantan una chanza de esta entidad, es cuando entendemos que no se trata de una broma, sino un pensamiento que forma parte de ese cuadro histórico con Fraga Iribarne, con el que tanto se entendían, y la otra parte de la cuadrilla de constituyentes, que se podría llamar afinando el lenguaje como «Los Impostores».