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CRíTICA teatro

Ópera y tecnología

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Carlos GIL I

Este Macbeth se construye desde un adelgazamiento de la trama servida por medio de los personajes para buscar en la puesta en escena, escenografía, audiovisuales, un espacio para las elipsis y la visualización de aquellos pasajes que requieren de una magnificencia escénica que podría ser materializada por la palabra y que se opta por la ensoñación, el misterio, la oscuridad, el audiovisual. El propio personaje, Macbeth, interpretado por José Tomé, se vuelve oscuro, dubitativo, inconcluso, sufriendo una suerte de acomodo a una expresión corporal previa, casi un prototipo funcional, que le empuja hacia una prosodia que lo enmascara y codifica, que, intentando mostrar su transición, lo convierte en una suerte de parodia de sí mismo.

La elección del coro de la obra verdiana homónima como sustento emocional del montaje le dota de una entidad mayestática, pero se convierte en protagonista, en hilo conductor, en parte sustancial de lo que nos llega, aplastando a la palabra, en ocasiones literalmente debido al volumen con que se emite, pero siempre alcanza una excelencia comunicacional superior a lo que aporta la parte intrínsecamente actoral, pese a los esfuerzos y a los pasajes en donde esta lucha de prevalencias se invierte.

Se trata de una elección que apuesta por darle carta de identidad paritaria en escena a la palabra shakespeariana y a la tecnología, a los audiovisuales, en un juego de aumentos y magnitudes cuando menos interesantes, que busca de manera objetiva ese tono operístico que logra darle una mayor enjundia, aunque sea produciendo una pérdida de la esencialidad teatral. La acumulación de lenguajes la convierte en algo demasiado barroco, en un buen espectáculo de ópera y tecnología.

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