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ANÁLISIS | relaciones eeUU-irán

Un guión para una comedia o para un drama

Las recientes filtraciones interesadas que apuntaban a un supuesto complot de altos cargos iraníes cuyo objetivo era acabar con la vida del embajador de Arabia Saudí en Washington, y que ha sido negado rotundamente por Teherán, han aumentado la tensión entre Irán y EEUU.

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Txente REKONDO I Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)

A pesar de no existir ninguna prueba de la participación iraní en el supuesto complot para matar al embajador saudí en Washington, ni siquiera de la existencia del propio plan, algunos medios en EEUU han colaborado activamente en la difusión de la presunta trama, todo para seguir aumentando la presión y el aislamiento de Teherán.

Algunos analistas que han seguido este affaire se muestran incrédulos ante lo que califican como una sucesión de «chapuzas». El principal soporte de los norteamericanos es un informante de la DEA, dispuesto a colaborar a cambio de inmunidad en otros casos abiertos en su contra por tráfico de drogas. También se ha constatado que el «caso» en todo momento ha estado controlado y dirigido por el FBI, sin descartar la mano de poderosos elementos de la CIA.

Además, esos analistas inciden en que Irán nunca ha incitado ni ha llevado a cabo ataques en suelo de EEUU (algunos aún recuerdan sus firme condena tras los ataques del 11-s) y todo se parece más a un guión para una película de Hollywood que a la realidad. Contrasta también con el silencio interesado que esos mismos medios guardan ante las muertes de académicos y científicos iraníes en Irán (en los que parece asomar la mano de los servicios secretos sionistas). Cabría preguntarse qué ocurriría si en unos meses destacadas personalidades estadounidenses ligadas a la energía nuclear muriesen en EEUU en atentados sin reivindicar. ¿Alguien dudaría de que la Administración de Obama pondría en marcha una operación militar contra Irán?

¿Por qué se hace público ahora este supuesto complot? Hay datos que apuntan a que Obama y sus colaboradores tenían noticias de todo esto desde junio, e incluso la monarquía saudí fue informada en setiembre, por eso sorprende el momento elegido.

Y todavía asombra más si observamos algunos gestos de Teherán en las últimas semanas. En primer lugar los dirigentes iraníes habrían comunicado al Gobierno afgano su disposición a colaborar con las fuerzas de ocupación extranjeras en aquel país (un acuerdo «de facto» con EEUU en ese sentido parece existir hace tiempo). En segundo lugar, están las recientes declaraciones del dirigente chiíta iraquí Moqtada al-Sadr anunciando su disposición a colaborar con el Gobierno iraquí, lo que vista la relación de este líder con Irán se puede interpretar como otro guiño de Teherán hacia Washington. La puesta en libertad de dos ciudadanos estadounidenses acusados de espio- naje, sería otro de eses gestos.

Tal vez si miramos con detenimiento la fotografía que conforman en ese escenario los diferentes poderes entenderíamos mejor la situación. Desde hace tiempo, figuras clave en el llamado espectro neoconservador han venido reclamando un ataque militar contra Irán. Son los mismos que en su día pusieron en marcha la campaña (llena de falacias y manipulaciones) que desembocó en la agresión y ocupación de Irak. Los intereses de esos sectores se han unido en estos meses con los de la extrema derecha del partido republicano, con el lobby sionista y con Arabia Saudí, sin olvidar a la CIA y al complejo militar-armamentístico-energético.

Esos intereses coinciden en su intención de provocar un cambio de régimen en Irán. Además, no se puede olvidar a Israel, siempre dispuesto a acabar con cualquier indicio de contrapoder en la región y, a día de hoy, Irán representa, en opinión de los líderes sionistas, «una verdadera amenaza» para su país. Esos mismos dirigentes quieren relegar de las primeras planas su conflicto en Palestina y no es descartable tampoco un golpe de efecto para que se olvide el reciente canje de prisioneros políticos, al tiempo que intentará acrecentar la presión mediática contra otro aliado iraní, Siria.

En esa ecuación también tiene su sitio Obama, que mide su pasos en clave preelectoral, con la vista puesta en su reelección, y sabe que para ello debe atraer al lobby sionista, enojado por su actitud en el debate sobre la creación de un Estado palestino.

La agenda de la política exterior de Obama sigue marcada e influenciada por los sectores neoconservadores, y todo lo referente al proyecto nuclear iraní cuanta con un rechazo firme de esos ideólogos, dispuestos siempre a apostar por la opción militar en cualquier rincón del planeta, y que no perderán la oportunidad que supone que EEUU y sus políticos estén en clave electoral.

Irán, por su parte, no es la imagen predefinida que desde algunos medios occidentales nos quieren presentar. Los intentos de cambio de régimen o de un efecto dominó por la «primavera árabe» parecen haber fracasado. La oposición está dividida y debilitada, mientras que el actual régimen sigue contando con un importante apoyo de importantes sectores de la población.

El peso de los Guardianes de la Revolución y su soporte ideológico son algunos de los pilares de un sistema que no puede ocultar que convive con diferentes luchas internas, fruto de un sistema político caracterizado por las facciones y las rivalidades personales. Pero en lo que coincide la mayoría de los protagonistas del país es a la hora de remarcar la independencia de su política exterior, con una agenda que no sea marcada por Occidente.

Los cambios regionales auspiciados por las revueltas de la «primavera árabe», la salida de más tropas norteamericanas de Irak, el futuro del actual régimen en Siria o las protestas de las comunidades chiítas de Bahrein o Arabia Saudí muestran, en este sentido, el importante pulso que mantienen los dirigentes iraníes con la monarquía saudí.

Los cambios citados han puesto nerviosos a los cleptócratas de las monarquías del Golfo, que a través de sus petrodólares y su ideología religiosa intentan ganar protagonismo en la zona. Las alianzas de saudíes con EEUU y la pugna y estrategias en torno al petróleo también inciden en esa lucha vecinal, junto a la rivalidad religiosa entre sunitas y chiítas, aprovechada por los saudíes para impulsar posiciones sectarias excluyentes en otros lugares.

EEUU, con el apoyo incondicional de Arabia Saudí e Israel, sigue aumentando la presión hacia Teherán. Las sanciones económicas y diplomáticas son, de momento, la opción puesta en marcha, pero visto lo visto, no es descartable una eventual agresión militar, con consecuencias nefastas para el conjunto del planeta.

De momento, a la vista del montaje en torno al complot, no sabemos si nos encontramos ante el guión de una comedia, a la vista de la chapuza cometida, o de una tragedia, por las justificaciones que podría implicar.

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