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Carlo Frabetti, Escritor y matemático

Alerta roja

Puede que las anteriores explicaciones sean innecesarias, pero espero que, cuando menos, contribuyan a llamar la atención sobre el hecho de que los esfuerzos por desunir a las organizaciones contrarias al capitalismo son cada vez más intensos y frecuentes

En las últimas semanas, y a raíz de mis artículos «El opio de los progres» y «Relaciones y relatos» he recibido una lluvia de advertencias, reproches y ataques que, por su misma abundancia y porque van más allá de lo meramente personal, creo que merecen cierta atención. Algunos de los ataques más virulentos huelen a tricornio quemado y a madero carcomido, pero otros parecen sinceros y casi todos, por una razón u otra, son significativos.

Se me ha atacado, entre otras cosas, por ser amigo de Santiago Alba, por criticar a Saramago y a Galeano, por apoyar a Izquierda Anticapitalista, por citar a Francisco Frutos y por escribir en el diario «Público». Y como prefiero pecar de ingenuo que de injusto (y de obvio que de ambiguo), voy a intentar contestar como si tales reproches fueran admisibles y hubieran sido hechos de buena fe.

1. Santiago Alba no solo es amigo mío desde hace muchos años, sino que además lo considero una de las personas más inteligentes, honradas y combativas que conozco. Tanto él como nuestro común amigo Carlos Fernández Liria podrían haberse hecho ricos y famosos sin más que explotar el éxito de «La Bola de Cristal», y sin embargo ninguno de los dos goza siquiera -ni ha gozado nunca- de una situación económica desahogada, porque siempre se han mantenido fieles a su anticapitalismo radical. Como he dicho en más de una ocasión, no siempre estoy de acuerdo con lo que dicen mis amigos, pero sí con lo que son, y tengo sobradas razones para pensar que, si se equivocan, lo hacen de buena fe.

2. ¿Por qué no les doy el mismo voto de confianza a un Saramago o a un Galeano? Por la sencilla razón de que ya se lo di, y no una sino muchas veces. La confianza no se gana ni se pierde en un día, sino en función de la trayectoria personal, que a su vez se manifiesta en las metas perseguidas (no es casual que, al contrario que mis amigos, Saramago y Galeano sí se hicieran ricos y famosos). En cualquier caso, no me ha sido fácil ni grato admitir que el autor de «Las venas abiertas de América Latina» se preocupa más por su promoción personal que por el rigor y la coherencia. Pero tampoco fue fácil ni grato, en su día, ver al autor de «La ciudad y los perros» deslizarse sin pestañear hacia la derecha más sórdida (que es la supuestamente «civilizada»). Como no fue fácil de digerir, a un nivel más doméstico, la deriva reaccionaria de los Savater, los Albiac, los Sánchez Dragó, los Jiménez Losantos y tantos otros izquierdistas de antaño.

3. No apoyo ni he apoyado nunca a Izquierda Anticapitalista. Simplemente, defiendo su derecho a presentarse a las elecciones, lo cual no supone estar de acuerdo ni con IA ni con las elecciones, del mismo modo que se puede defender el derecho de las y los homosexuales a casarse con personas del mismo sexo aunque se esté en contra del matrimonio y se considere que la familia nuclear es una aberración. Se trata, en ambos casos, de oponerse a una discriminación inadmisible.

4. Citar a alguien no significa ponerlo como ejemplo ni suscribir todo lo que dice (o lo que representa). Un artículo de Frutos me pareció especialmente lúcido y oportuno, y sería mezquino no reconocerlo por el mero hecho de que no es «de los míos». Es más, precisamente por tratarse de un político al que algunos consideran excesivamente conciliador, merece especial mención su valiente postura ante la intervención de la OTAN en Libia.

5. Con respecto a mis artículos en «Público», podría justificarlos diciendo, simplemente, que incluso los rojos más rojos tienen que trabajar casi siempre en empresas capitalistas; pero en mi caso sería una explicación tramposa, puesto que no necesito el dinero que cobro por mis columnas. La decisión de escribir o no en un periódico -una decisión que he tenido que tomar muchas veces a lo largo de mi vida- depende, para mí, de diversos factores, y no siempre es fácil. Creo que hay que valorar, en cada caso, en qué medida puedes utilizar el medio en cuestión para difundir las ideas en las que crees, y en qué medida puede utilizarte el medio a ti para dar una determinada imagen. En función de este tipo de consideraciones, he colaborado, por ejemplo, en diarios como «El País» o «El Mundo» (aunque hoy ya no lo haría), y me he negado a colaborar en revistas como «Playboy» o «Interviú». Y en el caso concreto de «Público» valoré, entre otras cosas, que el hecho de que un diario de ámbito estatal contratara a un notorio defensor de la izquierda abertzale podía contribuir al proceso de descriminalización del supuesto «entorno». Puedo equivocarme (y algunas veces me he equivocado estrepitosamente), pero la de colaborar o no en un periódico es una decisión que nunca tomo a la ligera.

Puede que las anteriores explicaciones sean innecesarias (ojalá lo fueran), o puede que no sirvan para nada. Pero espero que, cuando menos, contribuyan a llamar la atención sobre el hecho de que los esfuerzos por desunir a las organizaciones contrarias al capitalismo son cada vez más intensos y frecuentes. La convergencia de las izquierdas independentistas y las de ámbito estatal en la candidatura de Iniciativa Internacionalista puso muy nerviosos a los poderes establecidos, y desde entonces su nerviosismo no ha hecho más que crecer. Y con el éxito arrollador de Bildu y el terremoto social del 15M se ha encendido la alerta roja (nunca mejor dicho). No es extraño que en todos los foros anticapitalistas, tanto físicos como virtuales, proliferen los infiltrados de la derecha y de la seudoizquierda, cuyo principal objetivo es impedir las convergencias y sinergias de quienes, a pesar de sus diferencias, tienen cada vez más claro quién es el enemigo común. Y en estos momentos decisivos, hemos de poner especial cuidado en no convertir los debates en peleas y las peleas en rupturas; si no cerramos filas frente a la creciente marea de derechización, nos arrollará. Los fascistas son burgueses asustados, y la burguesía está en alerta roja.

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