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Maite SOROA | msoroa@gara.net

Lo bueno y lo mejor de la Audiencia Nacional

La Audiencia Nacional española fue noticia ayer tanto por la petición de su desaparición, anteayer, por parte del miembro de la izquierda abertzale Txelui Moreno, como por la actitud de una jueza -de la misma Audiencia- que se empeña en comportarse como si no lo fuera.

«El Mundo» salía ayer en defensa de ese tribunal especial que tiene una larga trayectoria en la que su cambio más notable ha sido el de nombre. «La Audiencia Nacional molesta a los proetarras», titulaba en comentario editorial, y el caso es que una está de acuerdo con que molesta, pero no sólo a Txelui Moreno, sino a cualquier persona que tenga una vaga idea de lo que es un Estado de Derecho. Comenzaba así el amanuense de Pedro J.: «La petición del batasuno Txelui Moreno de que desaparezca la Audiencia Nacional argumentando que tras el comunicado de ETA hay que poner fin a los `juicios políticos' es una indecencia. Más aún por decirlo justo en el momento en el que arropaba a nueve procesados por pertenencia a banda armada». Lo que es una indecencia es justificar los juicios a decenas de vascos por su militancia política, tras las denuncias de torturas en dependencias policiales de muchos de los detenidos, entre ellos los nueve a quienes se refiere el editorialista.

Continúa el plumilla diciendo que «la Audiencia Nacional es insustituible por su condición de Tribunal altamente especializado y porque garantiza todos los medios, la independencia y la protección que los jueces necesitan para investigar los más complejos entramados delictivos». Muy enternecedor, sobre todo lo de la independencia de los jueces de esa casa.

Y termina lamentando el comentario, es decir, el insulto, de la juez Ángela Murillo el pasado miércoles a los acusados a los que se juzgaba en la Audiencia, pero el motivo de su preocupación, por supuesto, era que «comentarios como el que ayer hizo la magistrada Murillo den argumentos a los desalmados. Aunque sea difícil mantener la serenidad ante quien desprecia a sus víctimas, un juez está obligado a hacerlo». La última afirmación es correcta, pero eso del «desprecio» a las víctimas es de su cosecha, una percepción que coincide con la de la juez Murillo pero no con la realidad.

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