«Melancolía» es la respuesta cinematográfica de Lars Von Trier a la profunda depresión de la que ha sido tratado sicológicamente. Su egocentrismo le llevó a hacer unas desafortunadas declaraciones sobre Hitler en la rueda de prensa de la presentación de su película en el Festival de Cannes, pero también es ese mismo egocentrismo el que le empuja a sobredimensionar su crisis personal a través del cine de catástrofes.

Pero no hay que equivocarse al respecto, porque los defectos personales han sido transformados en virtudes creativas por los maestros del cine, y el danés sabe muy bien cómo sacar partido de sus manías y fobias, compartidas por cuantos admiran su obra en proporción directa a a aquellos que la odian.

Cuando los mundos chocan

Lars Von Trier vuelve sobre los principios del movimiento Dogma para desarrollar la primera parte de «Melancolía», relativa a la celebración de una boda que pondrá al descubierto algunas de las miserias de la familia burguesa. En la segunda parte, los problemas particulares de los protagonistas se insertan en la fatalidad del destino colectivo, habida cuenta de la noticia de la posible colisión del enorme planeta que responde al nombre del título con la tierra.

A pesar de los efectos especiales desplegados al final, «Melancolía» ha costado siete millones de euros, una cantidad ridícula en comparación con los que cuestan las superproducciones catastrofistas de Hollywood. Y por ese mismo precio ha reunido un impresionante reparto internacional, demostrando el poder de convocatoria del Lars Von Trier. En principio Penélope Cruz iba a ser la protagonista, pero finalmente fue sustituida por Kirsten Dunst, que resultó premiada en Cannes.