La debacle de la economía española marca la campaña electoral del 20-N
En medio del oleaje de la crisis en la zona euro, la campaña electoral se presenta tan fría como la economía española, encefalograma plano. La única duda reside en si el PP, que masca su triunfo como fruta caída tras las heladoras políticas de recorte perpetradas por el Gobierno del PSOE, confirma las encuestas que le auguran una cómoda mayoría absoluta. La única esperanza de sus rivales consiste en movilizar el voto oculto, sobre todo en Andalucía y Catalunya.
GARA |
Los escalofriantes datos del paro en el Estado español -cinco millones de desempleados según la EPA- han dado esta semana el pistoletazo de salida oficial a unos comicios marcados como nunca por una situación económica demoledora.
Quiso la crítica situación de la eurozona que la publicación de los datos de paro de octubre -la segunda mayor subida de la serie histórica-, coincidiera con la crisis surgida tras el anuncio del referéndum popular en Grecia. Alguno ha ironizado señalando que el primer mitin de la campaña, que ha arrancado oficialmente a las oo:oo horas, lo dio el primer ministro Papandreu.
Ante tamaña tesitura, la campaña electoral de los dos grandes partidos se presenta absolutamente plana y sin ideas. La victoria del PP se da absolutamente por descontada y la única duda -más allá de la rotundidad de las encuestas- reside en su alcance y en si confirmará la anunciada mayoría absoluta, situada en 176 escaños. Tras haber perdido dos veces frente al presidente saliente, José Luis Rodríguez Zapatero, Mariano Rajoy ha preparado con el tiento que le caracteriza su tercer, y definitivo, asalto a La Moncloa.
Dos han sido sus líneas maestras. Se ha guardado muy mucho de exponer sus planes de Gobierno. Ni falta que le ha hecho, ya que bien se ha encargado Zapatero de hacerle -por encargo de la UE- todo el trabajo sucio a base de reformas económicas y recortes sociales.
El PP y el «centro»
Consciente de que tiene asegurado el millón y medio largo de votos de la derecha española más extrema -le basta con la genérica promesa de que no negociará con ETA-, ha consolidado, con la filtración de sus ministrables y con la elección del alcalde madrileño Alberto Ruíz-Gallardón como su alter ego en campaña, una imagen centrista con la que frustar cualquier eventual tentativa del PSOE de frenar su caída hurgando en esos siempre fructíferos caladeros. Rajoy es consciente de que la mayoría de sus escasas propuestas de campaña -se resumen en menos impuestos- serán difícilmente realizables y justificables ante Bruselas -Berlín- pero el 21 de noviembre será otro día.
Malos augurios para el PSOE
El PSOE, por su parte, prepara ya su travesía en el desierto. Las encuestas -hoy se espera la del CIS- le dan 15 puntos de desventaja respecto al PP (30% frente al 45% para la derecha), una distancia a todas luces insalvable.
Todos los sondeos auguran al PSOE, que han copado el gobierno en 22 de los 36 años transcurridos desde la llamada Transición, unos resultados por debajo del «suelo» del año 2000, cuando la candidatura de Joaquín Almunia frente al entonces presidente Aznar se quedó en 125 diputados. Las municipales y autonómicas del 20 de mayo supusieron ya una derrota sin paliativos para el PSOE, que perdió el poder en todas las grandes ciudades y en los reductos autonómicos que le quedaban, salvo Andalucía, que celebra sus comicios en marzo.
Precisamente será en Andalucía donde el PSOE centrará buena parte de sus esfuerzos en intentar invertir la tendencia e impedir que el PP logre la mayoría absoluta. Para ello debería fidelizar a esa parte de su voto indeciso o, para algunos oculto, ese que se niega a identificarse actualmente en las encuestas pero que se podría movilizar al final por temor a un rotundo triunfo de la derecha y un escenario de más recortes.
En Andalucía y en Catalunya, donde Rajoy teme que se juega su mayoría absoluta -de ahí su arranque de campaña ayer en Castelldefels (Barcelona)- y el PSC busca evitar ser superado, por primera vez en unas generales, por la derecha de CiU.
Ardua labor para un Alfredo Pérez Rubalcaba cuya elección como candidato -tras un golpe de Estado interno- y sus promesas de giro hacia un modelo socialdemócrata-keynesiano no han logrado el efecto buscado de freno al descalabro. Tampoco lo tenía fácil quien hasta hace pocos meses era el número dos del Gobierno de los tijeretazos.
La anunciada derrota del PSOE permite pronosticar unos buenos resultados a formaciones minoritarias como IU y UPyD, e incluso a los ecologistas de Equo y a Compromís pel País Valencià, que podrían entrar en el hemiciclo.