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Maite SOROA | msoroa@gara.net

Confunden el «cariño» con la democracia

Empezó la campaña y los columnistas se dedicaron ayer a la que, al parecer, es su labor: los de la derechona, a loar las infinitas virtudes de quien ya proclaman vencedor, el mismo Mariano Rajoy al que alguno de esos columnistas quería cortar el cuello tras su última derrota con Zapatero; y los más cercanos al PSOE a pedir por favor que el batacazo no sea del tamaño que auguran las encuestas. Vamos, que ya están todas y todos metidos en el fregado electoral y ya no miran tanto hacia este país. No hay mal que por bien no venga.

Pero también hay excepciones, como Paco Fochs, quien en «Estrelladigital» escribía sobre referéndums con la mirada puesta en Euskal Herria. Y para marcar territorio, explicaba que «En este asunto lo tengo clarísimo: un rotundo sí a los referéndums, siempre que yo pueda votar». Es decir, que él también quiere decidir el futuro de este pueblo, aunque a él le toque de refilón. Pero el periodista insiste: «tal vez también yo estoy confundido pero uno cree tener algún derecho, voz e incluso responsabilidad en el futuro de Euskadi, el cual me preocupa tanto como a los que allí han nacido, viven o están empadronados. Así que ruego que hagan lo que sea menester si insisten en este despropósito, pues entonces, les aviso con tiempo, yo querré votar en ese referéndum». Pues va a ser que sí está confundido. Lo que sea de este país seremos las vascas y los vascos los que debamos decidirlo.

Pero a falta de argumentos democráticos, el tal Fochs empieza a desvariar. Miren lo que dice a continuación: «Mi pudor me impide realizar demagógicas declaraciones de amor, numerosas experiencias personales o poéticas referencias hacia esa bendita tierra vasca (como parece obligatorio en este tipo de columnas). Pero si existiera un `cariñómetro' es posible que alguien que vive, por ejemplo en Éibar (sic), me pudiera ganar. Puede ocurrir. Pero tal vez rozaríamos lo enfermizo. O lo cursi, que es peor». Servidora diría que él más que rozar, rebasa el límite de lo ridículo. No acaban de entender que no es cuestión de cariño, sino de derechos y democracia. A una le encanta pasear a la orilla del río Liffey, pero no se le ocurriría pedir que le dejaran decidir el futuro de Irlanda.

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