Floren Aoiz | www.elomendia.com
¿Por qué le llamamos crisis?
Todas estas medidas, presentadas como terapia de choque contra la crisis, han sido diseñadas hace mucho tiempo. Forman parte de la agenda de apropiación de riqueza social para transmitirla a los agentes privados
La crisis, ¿qué es exactamente? Tomemos el ejemplo de Grecia. Ahora todos los listos de Europa y el resto del mundo saben, siempre lo han sabido, que la griega es una economía atrasada que nunca debió entrar en la Comunidad Europea. Son, ¡qué casualidad!, los mismos listos que hace unos años aplaudían el milagro griego, pero eso no importa: son los expertos, y punto. Y eso que ni olieron la que venía, aplaudieron la burbuja como el culmen del crecimiento y el desarrollo y ahora todos, al unísono, exigen la adopción de medidas que no tienen nada que ver con la reparación y superación de las causas reales del desastre.
A las pruebas me remito. Nos vendieron la necesidad de apuntalar el sistema financiero. En su estabilidad nos iba a la vida, así que ingentes cantidades de dinero pasaron de los fondos públicos a los agentes privados responsables de la especulación. No tardó en comprobarse que los tiburones se tragaban el botín con gran facilidad pero la economía seguía yéndose al garete. Luego vinieron las medidas de ajuste. Reformas laborales y de los sistemas de pensiones. Ese no era el problema, pero en el ambiente de shock creado hicieron que sonara a sacrificio necesario. Así que numerosos gobiernos inmolaron a sus pueblos como sacrificio al dios mercado, que no por ello dejó de rugir y exigir más. De hecho, se le estaba enseñando que la reclamación de sacrificios sociales y laborales era una maravillosa manera de obtener los beneficios que ya no podía lograr en otros terrenos.
Estas medidas, que perjudicaban drásticamente los intereses de la mayoría de las sociedades afectadas, no sirvieron para nada. La crisis se agravó, el desempleo creció, la precariedad aumentó y los ataques financieros, lejos de atenuarse, se dispararon. Era lo lógico y había sido anunciado. No se estaba actuando sobre las verdaderas causas de la crisis y además se estaba alimentando la especulación. El resultado fue campo libre para nuevas amenazas y chantajes. Y así ha llegado la hora de los recortes salvajes. Privatizaciones, despido de funcionarios, desmantelamiento de los sistemas de enseñanza y salud. El estado, para los mercados, sólo es un garante de sus negocios. Un gran policía. Para todo lo demás ya están las empresas y los capitales financieros.
Todas estas medidas, presentadas como terapia de choque contra la crisis, han sido diseñadas hace mucho tiempo. Forman parte de la agenda de apropiación de riqueza social para transmitirla a los agentes privados. Se van a saquear las haciendas públicas, se van a malvender los servicios que tanto ha costado crear y el capital financiero podrá solventar sus problemas y engordar mediante esta descomunal transfusión de riqueza de los que tienen menos a los que disponen de más.
No son medidas inevitables. Son las medidas que siempre han querido adoptar. No es la crisis, es un plan de robo puro y duro. Hay alternativas, que pasan por resistirse a los planes neoliberales y apostar por otro escenario. Y se puede comenzar por cosas sencillas, como no votar a los partidos que están aplicando este programa de robo.