Linchamiento o reconciliación, en la Audiencia Nacional
La jueza Murillo sólo ha sido el exponente de la impotencia que provocaba no haber logrado la imagen que se buscaba y que no ha aparecido ni en dos juicios seguidos Sobre los miembros de ETA y sus acciones cada uno pensará lo que crea oportuno, pero hay una cosa objetiva: siempre han reivindicado y asumido sus acciones
Ramón SOLA
Cuando ayer Andoni Otegi, uno de los presos vascos juzgados por la muerte del concejal de Leitza José Javier Múgica, tomó la palabra en la Audiencia Nacional para dejar claro que «aquí nadie se ha reído del sufrimiento de la viuda, al contrario, lo respetamos», puso también el the end a una mala obra de teatro diseñada por unos guionistas perversos.
Toda la tramoya estaba dispuesta el miércoles. Desde la víspera varios medios trataban de crear expectación sobre la actitud que tendrían los acusados, y en concreto uno de ellos: Xabier García Gaztelu. El dato más significativo fue que mientras la viuda de Múgica, Reyes Zubeldia, relataba el dramático momento en que vio arder a su marido, las cámaras permanecían fijas en Txapote, en busca de cualquier gesto, el mínimo, que sirviera para montar una historia. No hubo tal cosa, pero muchos medios decidieron seguir con su película, en dos versiones: una más cruda que les acusaba de menospreciar a la viuda por no haberse levantado ante el tribunal, como si una cosa tuviera que ver con la otra, y otra más light que los presentaba como «ajenos al nuevo escenario» (¿?).
La presidenta del tribunal, Ángela Murillo, sólo era una pieza más de toda esa opereta. Lo más lamentable de su «y encima se ríen estos cabrones» no era el insulto, sino la primera parte de la frase. Y es que allí no hubo risa alguna ni podía haberla, así que la reacción de Murillo sonó más a pataleta por no haber logrado la reacción buscada o directamente a intento de provocación (quien haya estado en esas salas de la Audiencia Nacional sabe que los acusados pueden oír los comentarios en voz baja de los jueces, pero no el público, al que sí terminaron llegando por un micrófono indiscreto).
La frase final de Andoni Otegi confirmó que la posición de los acusados era la que se había visto realmente en la sala y no la que habían recreado ficticiamente los medios y la jueza. Resulta absurda su obsesión por transmitir que ETA nunca reconocerá el daño causado. Sobre los miembros de esta organización y sus acciones cada uno pensará lo que crea oportuno, pero hay una cosa objetiva y evidente: históricamente no sólo han reivindicado primero y reconocido después sus propios atentados, sino que incluso ha sido habitual que asuman todos los de la organización. Y frente a ello, ¿alguien conoce alguna asunción no ya del daño, sino de responsabilidades o incluso de la mera existencia de víctimas mortales del otro lado? ¿Quién no recuerda aquel patético «yo no he sido» de todo un Galindo, entre suspiros? ¿Quién lanzó a Mikel Zabaltza al Bidasoa? ¿Quién disparó a Germán Rodríguez? ¿Quién gaseó la iglesia de Gasteiz? ¿Quién estuvo con Jon Anza? ¿Quién ocultó a Naparra, Pertur, Popo Larre? Y así hasta 475 preguntas, tantas como muertes, casi todas impunes.
La reconciliación será un camino muy largo, en eso coinciden todos. Por eso llama la atención que mediática y políticamente estos juicios se sigan usando justo para lo contrario: ajustar cuentas. Esta vez todo era tan burdo que ha tenido el efecto bumerán de mostrar que un preso está más cerca de empatizar con una víctima de lo que están ciertos jueces o periodistas de no insultar a un preso.