Iñaki Errazkin Periodista y escritor
Amistades, contradicciones y elecciones
Decía Ortega y Gasset que cada persona es ella y sus circunstancias. Las mías me llevaron al racional ateísmo. Las de Rafa, a refugiarse en la fe católica
Soy plenamente consciente de que con este artículo me meto en el foso de los leones, pero creo que es mi obligación pronunciarme sobre un tema que sé con seguridad que va a ser noticia en la campaña electoral recién comenzada. Noticia impostada, pero noticia al fin y al cabo. Me refiero a la condición religiosa de Rafael Larreina Valderrama, dirigente de Eusko Alkartasuna, segundo candidato de Amaiur por el territorio histórico de Gipuzkoa al Congreso de los Diputados y miembro numerario del Opus Dei. Me dispongo, pues, a atar esta mosca por el rabo.
Conocí a Rafa a primeros de la década de los noventa, en el acto que cada año tiene lugar alrededor del Pino de las Tres Ramas (El Pi de les Tres Branques, símbolo de la unidad de los Païssos Catalans), en el término municipal de Castellar del Riu, al norte de la ciudad de Barcelona y en la puerta del Pirineo catalán. Recuerdo que llegó junto a la show-woman Pilar Rahola, por entonces diputada en Madrid por Esquerra Republicana, y alguien comentó con mucha sorna: «¡Atención, vista al frente, que ahí vienen Larreina y La Reinona!». Nos presentaron, charlamos durante un buen rato y, desde entonces, mantenemos una afectuosa relación personal.
Rafa y yo nacimos en 1956, en el ecuador de la dictadura. Eran tiempos de noche y niebla en los que la Iglesia católica campaba por sus respetos, adoctrinando todo lo que se movía. El nacionalcatolicismo era la seña de identidad del franquismo y la consigna «Por el Imperio hacia Dios» el resumen de su ideología. Las familias que se lo podían permitir matriculaban a sus hijos e hijas en colegios privados, en su práctica totalidad en manos de órdenes religiosas, huyendo de la baja calidad educativa de las escuelas públicas, todas ellas controladas por la omnipresente y temible Falange. Así, yo estudié el Bachillerato con los jesuitas de Logroño en calidad de alumno interno, mientras Rafa, gracias a una beca, cursaba el suyo en el colegio de los clérigos de San Viator, en su Gasteiz natal. Hasta aquí, vidas paralelas.
Decía con mucha razón el filósofo José Ortega y Gasset, otro discípulo de los jesuitas, que cada persona es ella y sus circunstancias. O lo que es lo mismo, que todos estamos condicionados por nuestras experiencias vitales. Las mías me llevaron a defender el racional ateísmo; las de Rafa, sin embargo, le condujeron a refugiarse en la fe católica hasta el punto de ingresar en la prelatura que fundara el infausto José María Escrivá Albás, alias Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás, marqués de Peralta y turbosanto por la gracia y la prisa del Papa Juan Pablo II, otro que tal bailaba.
Políticamente, tampoco hemos evolucionado del mismo modo. Si yo ingresé en el clandestino Partido Comunista un mes antes de cumplir los 17 años, Rafa entró con 19 en el Partido Nacionalista Vasco, por entonces igualmente proscrito. Tras las respectivas legalizaciones de nuestros partidos, yo abandoné el club de Carrillo para integrarme en la recién nacida Herri Batasuna; y Larreina, algo más tarde, hizo lo propio participando en la escisión que dio lugar a la fundación de Eusko Alkartasuna. Yo comunista y él social-demócrata-cristiano, ambos abertzales.
Durante muchos años fuimos adversarios, pues nuestros proyectos políticos, si bien coincidían en lo nacional, divergían en el campo social. Un cuarto de siglo después, las cosas han cambiado mucho en Euskal Herria. Tanto es así, que el comecuras que esto firma está escribiendo este artículo sobre el meapilas de Rafa para defender públicamente su derecho fundamental a creer en lo que le plazca, siempre, claro, que no afecte al programa de la coalición por la que va a salir elegido diputado en el Congreso de Madrid, lo que me consta que no va a suceder en caso alguno. Y que no se rasguen las vestiduras por lo que digo gentes que apoyan sin despeinarse a fanáticos integristas musulmanes, aún peores que Escrivá.
El acuerdo táctico alcanzado por la izquierda abertzale con Eusko Alkartasuna, Alternatiba y Aralar es un ejemplo de inteligencia y de generosidad para la izquierda estatal, pese a contradicciones como la aquí expuesta. La elevación de espíritu que supone haber superado cualquier tentación sectaria y logrado una alianza en clave soberanista que posibilita la construcción de un nuevo país vasco más justo y solidario tiene, sin duda, mucho de paradigma en un reino borbónico en el que la desunión a la izquierda del PSOE es la norma. Yo no estoy empadronado en Euskal Herria, por lo que me abstendré en las próximas elecciones, pero, si pudiese, votaría a los candidatos de Amaiur, Rafa incluido.