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José Angel Saiz Aranguren | Concejal de Bildu en Zizur Nagusia

Derecho a discrepar

Ya somos mayores para poder decidir por propia voluntad democrática lo que queremos ser y cómo. Es un derecho propio de una sociedad moderna.

Cuando Siddharta era niño, su padre le resguardó de todo lo exterior, temeroso de que conociera la miseria y penurias del mundo. Sólo quería para él una falsa felicidad llena de recursos y placeres. Por eso cuando pidió salir para conocer las calles, su progenitor ordenó limpiar toda la ciudad.

Recordé esta historia del pequeño Buda cuando leí que a Rodríguez Zapatero le habían aislado de todo el griterío ultra- conservador en el desfile del 12 de octubre en Madrid. Si son capaces de acallar estas voces críticas, imagínense qué harán con las nuestras. Y es que esta historia es el fiel reflejo de nuestra realidad. Se intenta limpiar la opinión pública de todo lo que se aleje del discurso oficial. La huelga deja de ser un derecho para ser un privilegio; si el profesorado protesta por defender la calidad de la enseñanza pública, es «vago» y «cátedro perrofláutico»; el movimiento 15M se convierte en un «tontómetro para medir el nivel de estupidez de muchos», pues son un «hatajo de mastuerzos», etc...

Es evidente que no corren buenos tiempos para el pensamiento en política. Estamos asistiendo a una limpieza ideológica por el conformismo del bienestar. Dos días sin fútbol trastornan más a la gente que unos años sin elecciones parlamentarias. Hay una indiferencia patológica por la política tan grande que está de moda decir que se es apolítico en vez de apartidista, como si pudiéramos abandonar la polis. Cuando algunos políticos se contradicen, sueltan la coletilla de que rectificar es de sabios, pero no dicen que contradecirse es de necios. Simplemente es una evolución en su pensamiento. Ya no saben si cambian de ideología o de dieta (alimenticia). Efectivamente, el librepensador cambia de ideas pero el creyente cambia de secta, porque los dioses son el mayor proyecto político de la derecha. Con palabras del extremeño Roso de Luna hace un siglo, «ahora que hemos matado a Dios creemos en cualquier cosa».

Los sanfermines tienen otro momentico en su procesión cuando los pamplonicas se convierten en juzgado popular. Pero sólo es legítimo aplaudir o gritar ¡guapa! a la Corporación. Si les gritas ¡déspota! o les silbas, te sales del pensamiento único. Pierdes los papeles y estás politizando las fiestas. Menos mal, como barrunta Barcina, que «Navarra será siempre foral y española». Ya nos dijo Voltaire que la duda es un estado incómodo, pero la certeza es un estado ridículo. Cuando sólo tienen un guión no puedes discrepar.

Si esto lo aplicamos a la izquierda abertzale, la temperatura sube enteros. Se le acusa y se le descalifica con toda una larga serie de improperios. No sólo es portadora de una «cultura totalitaria excluyente», sino que «no son sinceros» en sus invitaciones a colaborar. Para el ministro Jáuregui, hacen «circo» y ya es hora que empiecen a gobernar. Si alguno se aproxima a su alrededor se convierte en centro de todas las iras, como con los actores Willy Toledo y Viggo Mortensen. Si se organiza una conferencia internacional para resolver el conflicto, Bildu está detrás. Si vienen personalidades reconocidas mundialmente por su trabajo y cargos ocupados, «no tienen ni puñetera idea de lo que dicen». Algunos pueden hablar de juicios políticos a Camps o a Patxi López, pero esos juicios no son políticos si afectan a otros. Afirman que no ha existido conflicto, ni guerra, pero Martín Villa dijo aquello de «ganamos dos a uno» o en otros momentos se ha practicado la «guerra sucia». Sólo se aplican sus conceptos. Ya tenía razón Carrol cuando escribió que el significado de una palabra depende de quién vaya a ser el amo del discurso. En mi Ayuntamiento, Zizur Nagusia, el derecho a discrepar es «crear un museo de los horrores», no tener respeto y traspasar una línea roja, que imagino estará en algún lugar a la derecha, por supuesto. Son tiempos de convivir con la diferencia, aprendiendo a encajar las críticas y sabiendo dialogar con ellas desde el disenso y el respeto. Aunque no nos gusten las opiniones de algunos, se debe aprender una cultura política de respeto activo. Porque el terreno de juego en el que nos moveremos en este futuro más inmediato es en el solo poder de la palabra para el debate con la parte social que no comparte nuestras ideas.

En estos momentos de la superación del conflicto armado es hora de recordar su origen, para limpiar las calles de toda la simbología ilegal franquista. También es tiempo para que la izquierda española trabaje con sumo respeto en finiquitar la herencia orgánica de la monarquía. Si no quiere aparecer como el último reducto del subdesarrollo político, tiene un legítimo reto. El siglo XXI se merece superar épocas y llegar a la total representatividad de una ciudadanía seria y comprometida, sin vigilancia ni protección superior. De la Policía, mejor no hablar, porque los gobiernos pasan, las sociedades mueren pero la Policía es eterna, decía Balzac.

En Euskal Herria tenemos otro reto: la independencia. Una independencia que no es sólo cuestión de elementos culturales y lingüísticos, sino que es cuestión de mayoría de edad. Ya somos mayores para poder decidir por propia voluntad democrática lo que queremos ser y cómo. Es un derecho y una decisión política y propia de una sociedad moderna, por mucho que Joseba Arregi la considere «antidemocrática», Iñaki Iriarte hable de «milongas», Patxi López la llame «obsesiones particulares» y otros lo traten de «delirios».

También es época de sustituir perdones con gestos y comportamientos conciliadores, recordando a todas las víctimas y sus familiares. El perdón ni el arrepen- timiento son conceptos religiosos y personales. En política, perdón significa condena. Algunos la cumplen y otros, no. Estamos llegando a un punto en que sólo el odio condena legítimamente. Es hora de mirarnos todos a la cara, porque, como espetó Unamuno al jefe de la falange, venceréis pero no convenceréis. Además, en democracia, bien lo sabe Otegi, vence el que convence. No se trata de exigir arrepentimiento sino de pedir racionalidad. Como reza el Kybalion, los labios de la sabiduría permanecerán cerrados excepto para el oído capaz de comprender.

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