El nombramiento por los «mercados» de los nuevos gobiernos en Italia y Grecia ha derivado en un debate en torno a la falsa dicotomía entre política y tecnocracia. Debate tramposo, porque no es cierto que los tecnócratas carezcan de ideología. La tienen, como desgraciadamente certificarán, en los próximos meses, o incluso años, las espaldas de sus gobernados.

Una ideología, la de los tecnócratas, que enarbola el paradigma de una supuesta y «neutral» eficacia para despreciar el mandato popular. «El pueblo es ignorante por naturaleza y no sabe lo que es mejor para él». Una versión actualizada del despotismo ilustrado. O de la democracia ateniense, en la que los esclavos no votaban.

Ocurre que, con la que está cayendo, los valedores de estas soluciones tecnocráticas lo tienen bastante fácil para dar una vuelta de tuerca más. Bien que se han encargado de abonar el terreno durante todos estos años promocionando a personajes como, -el ejemplo viene que ni al pelo-, Silvio Berlusconi.

Pero el fenómeno de la tecnocracia es todo menos nuevo, incluso en Italia. ¿Qué era Romano Prodi, primer ministro entre 2006 y 2008, sino un tecnócrata puro? El currículum de Il professore no tenía nada que envidiar al del ahora nuevo jefe de Gobierno, Mario Monti. Y así les fue a los italianos...

También es posible, con la presión adecuada, convertir a alguien en las antípodas de estos sesudos personajes en gestor por encargo eficaz. Ha sido el caso del español Zapatero en los últimos tres años. Un tecnócrata analfabeto en inglés. Y será, probablemente el caso de su casi seguro sucesor, Rajoy. De administrador de la propiedad a administrador del desastre. Para él todo un avance.