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Koldo CAMPOS SAGASETA Escritor

El canon de Pachelbel

 

Tres siglos después de que el barroco músico alemán llevara al pentagrama la más bella memoria que sobre la paz se haya compuesto, el canon de Pachelbel, en su divina virtud, sigue siendo un baluarte inexpugnable donde ponerse a salvo de alborotos.

El canon de Pachelbel todo lo calla, reduciendo al silencio el cotidiano oprobio del miserable ruido. Cuando sus cuerdas te rescatan del cerco que el estrépito impone al día que amanece, cesan las voces, los gritos del vecino, los golpes en la puerta, los llantos del bebé que aún no ha dormido, enmudecen los timbres y las lavadoras, amainan sus fragores las persianas al alza y pasan inadvertidos por la calle los urbanos estruendos que aturden los sentidos.

El canon de Pachelbel todo lo calla, remitiendo al olvido en la cocina el humeante zumbido de la cafetera y la insistente bulla de la olla. Basta que sus violines y sus bajos comiencen a sonar para que, de inmediato, la feliz armonía de sus mágicas notas silencien motores y bocinas, clausuren las mentidas noticias de las nueve, aplacen las llamadas y dejen sin efecto los avisos, para que ni siquiera los relojes interrumpan la paz.

El canon de Pachelbel todo lo calla... bueno, el canon de Pachelbel y los auriculares que tengo puestos. Supongo que a ello se ha debido el que vinieran los vecinos a tocarme la puerta, dado que yo no respondía al teléfono, y a pedirme que bajara la música, que todavía era muy temprano, que mi bebé seguía llorando, que algo se debía estar quemando en mi cocina... y que el canon de Pachelbel no les dejaba escuchar su ruido.