Katu Arkonada | Militante de la Izquierda Abertzale
Izquierda abertzale, transición y hegemonía
El concepto de hegemonía es utilizado por primera vez por los socialdemócratas rusos a comienzos del siglo XX para definir la política de alianzas que debía articular la clase obrera rusa para tomar el poder y liderar las transformaciones políticas y económicas que debían realizarse con el objetivo de desmontar el régimen zarista sin esperar a que las mismas fuesen realizadas por una burguesía nacional débil y sin claridad política (Errejón, 2011).
Sin embargo, es Antonio Gramsci quien desarrolla toda una teoría en torno a la construcción de hegemonía. Gramsci, al contrario que Marx y Engels, no trabaja demasiado las teorías del desarrollo económico, y en cambio sí construye toda una teoría marxista de la política, centrándose en cómo debe ser estructurado el gobierno, cómo debe ser constituido el Estado, y cómo deben ser organizados los movimientos políticos para construir una hegemonía que lidere las transformaciones necesarias en la sociedad. Toda esta lectura es central para un debate estratégico en la izquierda abertzale, pues debemos preguntarnos cuál es la posibilidad en términos históricos, de conseguir hegemonía en Euskal Herria.
Una vez pasadas las elecciones del 20N, es tiempo de hacer análisis más en profundidad de los retos que enfrenta la izquierda abertzale. En Euskal Herria estamos inmersos en una política de alianzas y en un intento de construir liderazgo para tomar el poder institucional y desde ahí conducir transformaciones políticas y económicas, sabiendo además que la derecha burguesa vasca del PNV no lo va a hacer. Esto nos lleva a la necesidad de una segunda fase en la que necesariamente debemos construir hegemonía, articular sectores en una nueva voluntad colectiva, que logre que una reivindicación concreta (el derecho de autodeterminación unido a la propuesta de un proyecto político como es la independencia), en articulación con los movimientos sociales y sindicales que desde lo sectorial confluyen en la demanda, se transforme en un sentido común para toda la sociedad vasca. Esto es lo que Arnaldo Otegi definía como bloque histórico (otro concepto gramsciano), un bloque popular para llevar el proceso de liberación nacional y social hasta el final. Sumar fuerzas para cambiar la relación de fuerza con el Estado. Es decir, necesitamos un proyecto político y económico que convenza a toda la sociedad vasca (construcción de un sentido común) de que va a vivir mejor en una Euskal Herria independiente y socialista que bajo la administración española.
En este momento histórico es necesario repensar la estrategia del Movimiento de Liberación Nacional Vasco para tomar el poder y acercarnos a la independencia como vía para construir una transición al socialismo. Esa transición debe interpelarnos sobre qué proyecto político necesitamos construir, qué estructura política e instituciones necesitamos en el momento histórico actual, pero también debe interpelarnos sobre cuáles son los actores de este proceso de transformación, el sujeto constituyente de este momento histórico.
No podemos ocultar que en los últimos diez años el proyecto político de la izquierda abertzale se ha enfrentado a enormes dificultades para poder desarrollarse, al menos en lo referido a la lucha de liberación social. La brutal represión ejercida por el Estado español (y también el francés) nos ha llevado a una situación de resistencia, en la que desde posiciones defensivas hemos tratado de responder a los golpes, y aun así construir una ofensiva en el terreno de la liberación nacional. Pero la izquierda abertzale siempre ha considerado que liberación nacional y liberación social son dos caras de la misma moneda y, por lo tanto, en el nuevo momento histórico en que nos encontramos, en este cambio de ciclo, es necesario repensar la estrategia con la que tenemos que dar la batalla en los próximos años, esta vez en un terreno exclusivamente político.
Y en este punto es donde se hace urgente y necesaria una nueva fuerza política. Una vez superado el ciclo de confrontación armada y sin esa posibilidad de cohesión que daba ese método de lucha, una nueva fuerza política debe convertirse en un eje articulador central de las luchas populares y en la posibilidad de expresarlas o, mejor dicho, transformarlas en un proyecto de y para el país. Es decir, más que un instrumento, la nueva fuerza política debe convertirse en la plasmación concreta y real de la sociedad que queremos.
Después del anuncio del cese de 52 años de lucha armada por parte de ETA, uno de nuestros mayores peligros va a ser lo que Gramsci denominaba «revolución pasiva». Ante una coyuntura donde las clases dominantes (en nuestro caso la burguesía vasca y española), comienzan a perder la hegemonía en la sociedad, modifican las posiciones de fuerza, recogiendo parte del discurso de los sectores que comienzan a amenazar su hegemonía (la izquierda independentista vasca). Es decir, es muy probable que ante el avance electoral de la izquierda abertzale, la manera del PNV y otros sectores de resolver su crisis orgánica de hegemonía sea apropiarse de parte del discurso de la izquierda abertzale y tratar de vender a la sociedad vasca sus avances en lo referente a la liberación del pueblo vasco. Por lo tanto, la revolución se convierte en restauración, y los de arriba neutralizan a los de abajo. Esto es uno de los peligros que debemos enfrentar y por los que se hace necesaria la construcción de una nueva fuerza política que articule la construcción del poder popular y trate de evitar el peligro de conformarnos con los avances conseguidos, pero sobre todo, con las concesiones que nos haga la derecha, sea esta vasca o española.
T ampoco podemos olvidar en este breve análisis la importancia de la articulación internacional. El conocimiento y la articulación política con otros procesos y luchas nos deben servir para complementar la construcción o reactualización de nuestro propio proyecto político. Proyecto político que es urgente y necesario definir con fuerza y radicalidad, pues el poder y la mayoritaria presencia institucional nos pueden llevar a convertirnos en una socialdemocracia en la línea de muchos nuevos partidos de izquierda europeos si no tenemos un rumbo ideológico y un proyecto político y económico bien definido. Como nos plantea Slavoj Zizek citando a su vez a Alan Badiou, nuestro mayor peligro es la ilusión democrática, es decir, la aceptación de los mecanismos democráticos como marco final y definitivo de todo cambio, lo cual evita el cambio radical de las relaciones capitalistas. Porque precisamente desde la experiencia internacional que nos dan los procesos de cambio en América Latina, podemos ver cómo normalmente no es la izquierda la que se adueña del Estado, sino al contrario, es el Estado el que se adueña de la izquierda, sumiendo al Estado en la burocracia y tecnocracia, y haciendo perder toda radicalidad al movimiento político que gobierna. En cualquier caso, el conocimiento de experiencias de gestión estatal, de desarrollo legislativo de nuevas constituciones, de redistribución de la riqueza, de estructuración del tejido productivo y planificación territorial dentro de otro modelo económico que prioriza la economía social, así como otras expresiones de democracia y formas de participación en los gobiernos aliados de América Latina, sin ninguna duda servirá para fortalecer el camino por el que la izquierda abertzale debe transitar en la construcción de su propio modelo de socialismo identitario.
Y ese tránsito entre un ciclo y otro, así como el intento de construcción de hegemonía, o si se prefiere, la posibilidad de construir la independencia y el socialismo, solo va a ser posible cuando avancemos en ese sentido común en la sociedad vasca, evitando la revolución pasiva a cargo de la burguesía nacional, construyendo desde abajo con una nueva fuerza política que permita articular las luchas populares mientras comenzamos a pensar el modelo de Estado y el modelo económico que queremos para esa futura pero cercana Euskal Herria independiente y socialista.