Mikel INSAUSTI

Santiago A. Zannou cambia totalmente de registro en su segundo largometraje, que es un pequeño documental rodado a la manera de una película casera. “La puerta de no retorno” se presenta como un retrato intimista de su padre, sin pretender ser ni una biografía, ni tampoco una crónica viajera. Por lo que muestran las pocas imágenes grabadas en su actual lugar de residencia, aunque el hombre ya tiene edad de estar jubilado sigue trabajando en los mercadillos vendiendo cinturones. Es un punto de partida que nos sitúa ante la actitud confesional de una persona que, cerca del final de su vida, reconoce sentirse fracasada. El bueno de Alphonse no debería ser tan duro consigo mismo, porque ha sacado adelante a sus hijos en Europa, y uno de ellos ha conseguido hacer esta película. Cuando vuela a su país de origen, tras cuarenta largos años de ausencia, el espectador comprende de inmediato que el motivo de su frustración está allí en Benin, y que tiene que ver con todo lo que dejo atrás.

Es muy difícil, por no decir imposible, ver “La puerta de no retorno” sin lágrimas en los ojos. Cada vez que Alphonse llora el público también llora, hasta empañar la visión de esta historia que al compartirla duele, porque África duele. Sufren los que se quedan y sufren los que se van, pero aún más los que vuelven y se encuentran con que todo ha cambiado, con que lo único que sobreviven son las cadenas de la esclavitud. Desde el momento en que el protagonista llega a su antiguo hogar el estilo de filmación de Santiago A. Zannou se vuelve africano, dejándose atrapar por los cánticos, los bailes y los rezos colectivos. Alphonse ya nunca aparece solo ante la cámara, y eso que de su familia materna ya no queda más que una hermana viva, gracias a que los habitantes de todas las aldeas por las que pasó su madre le reciben como si le conocieran, como si supieran que viene a pedir el perdón de aquella mujer a la que no olvidó en cada uno de sus días de inmigrante, por no haber podido regresar antes.