Carlos GIL | Analista cultural
Espera
Mientras los contables rellenan sus plantillas de Excel para lograr visualizar la estadística de la resurrección, el hogar huele a pan nuevo pre-cocinado que se mezcla con esas tintas planas que nos dejan un aroma señorial, de vieja aristocracia que todavía mantiene al libro de papel como icono cultural. Convive con unos aparatos que nos conectan al instante con el vacío existencial o con una frase arañada al hastío. Y llevamos esperando años a la epifanía de un mundo minúsculo, incoloro, inodoro, virtual, los e-books, que existen, que nos indican que es el presente y el futuro, pero que nadie se atreve a celebrar las exequias del libro tradicional porque hasta el momento, se venden más lectores de e-books, que e-books.
A la espera de esa asunción de un mundo sin estanterías, de comedores zen, de salones de estar a modo de corral con gallinas virtuales, seguiremos abrazados a esos objetos que nos hacen sentirnos partícipes de un mundo en donde el ser humano sigue siendo el centro de los universos creados a base de palabras esdrújulas que se recomponen hasta bailar un minué o incendiar un pensamiento ignífugo. Nos vestimos de domingo con nuestras gafas para la presbicia a juego con la bufanda.
Nosotros, los emigrantes al mundo digital, nos amoldaremos e integraremos porque lo que nos interesa es conocer, sentir, disfrutar, pero abiertos a las nuevas experiencias, regalaremos libros, sencillos, rústicos, de bolsillo, de lujo, con muchas imágenes o con acumulación de metáforas, para afianzar la evolución y el desarrollo de una idea de vida abierta al porvenir. Estamos a al espera de que los comerciantes decidan su estrategia