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Iñaki Egaña Historiador

Los puros

Había pensado titular este artículo con la expresión que se dio a cierto grupo surgido en Baviera hace ya más de dos siglos, los Illuminati, pero creo que no sería acertado unir unos y otros porque los bávaros tenían más de espíritu ilustrado que de secta de impacientes con el objetivo de alcanzar la Revolución al día siguiente de proclamar la insurrección general.

Me hubiera gustado desarrollar la idea de Mao «luchar, fracasar, volver a luchar, volver a fracasar, volver a luchar hasta la victoria», acorde con una filosofía vital que comparto, pero no me atrevo a hacerlo por miedo a ser etiquetado de maoísta, con todo lo que ello conlleva en el fragor de esta crisis económica mundial que, como dice Joseba Tobar-Arbulu, nos la han provocado para robarnos los avances sociales logrados después de siglos de compromisos.

También tuve la intención de comenzar con aquella brillante idea de Léon Trotsky relativa a que el sectarismo es hostil a la dialéctica. Me gustaba el pensamiento porque los puros, título de este artículo, desprecian desde el pedestal la confrontación de ideas. No di el paso, sin embargo, por entender que hubiera sido tildado de trotskista y que, a pesar de sentir admiración por lo desarrollado por Leonardo Padura en «El hombre que amaba a los perros», siento a Trotsky más cercano a los vientos gélidos de Moscú, o en su defecto al ambiente irrespirable de su exilio mexicano, que a los humedales de mi tierra.

Qué decir de Lenin, con su trabajo sobre el izquierdismo como enfermedad, una reflexión tras la Revolución de Octubre. Una preocupación sobre la oportunidad de participar en el parlamento zarista, una crítica a quienes consideraban que la revolución se desarrolla en línea recta. Evalué con detenimiento comenzar este artículo con alguna de sus frases, pero evité a Vladimir Illich por temor a ser encorsetado precisamente en sus corsés organizativos. Organigramas que no comparto.

He sentido la emoción de Augusto Sandino, aquel que caminaba hacia el sol de la libertad, y he reparado más de una vez en su extremada humildad cuando dijo: «A Washington se le llama el padre de la patria. Lo mismo ocurre con Bolívar e Hidalgo. Yo sólo soy un bandido, según la vara con que son medidos el fuerte y el débil». Y me siento más bandido que político, más navegante que escritor. Pero no he sido capaz de recoger su testimonio por repugnancia hacia algunos de sus seguidores, corruptos y maleables ante el poder y la cercanía yanqui.

No quiero que este escrito se convierta en una lista un tanto pedante de citas y personajes a los que rindo homenaje pero sin decantarme por ellos. Así, creo llegada la hora de someterme ante el más cercano, Tomás Sankara, aquel africano al que los dueños de casi todo, ayudados por esos franceses que creen en la grandeza de un puñado de motivos cursis y xenófobos para autoafirmarse como nación, asesinaron hace ya 24 años.

Decía Sankara: «al pueblo hay que convencerlo no vencerlo, hay que utilizar la fuerza de la razón, no la razón de la fuerza» Lo que puede ser una cita apropiada para estos momentos en los que nos toca vivir, se completa con otra idea suya de mayor calado: «Para obtener un cambio radical hay que tener el coraje de inventar el porvenir. Nosotros tenemos que atrevernos a inventar el porvenir».

No quiero parecer un archivador de citas o el recurso para encontrar asiento con cualquiera de ellas. Pero aludo a una última para comenzar a construir mi mensaje. Unos meses más tarde de la muerte de Sankara, y sin más coincidencia que la del calendario, un análisis de los métodos de lucha en Euskal Herria, llegaba a una estación hasta entonces desconocida. Lo conozco y relato porque, como perito, tuve que explicarlo en un macrojuicio celebrado hace unos años en la Audiencia Nacional.

Se trataba de un documento conocido con el nombre de Berrikuntza, en el que KAS (Koordinadora Abertzale Sozialista) daba un viraje a su historia para abandonar el concepto de vanguardia con el que había surgido allá por 1975. El desarrollo de este cambio es conocido. KAS desapareció, así como las organizaciones que lo componían. ETA, una de sus patas, anunció hace unas semanas el cese definitivo de sus acciones armadas.

Desde la muerte de Franco hasta entrados los años 90, la dirección del Movimiento de Liberación Vasco tenía bien definida la ruta hacia la victoria. Argala ya lo había contado, no había que esperar a una solución desde arriba y, sin embargo, la mayoría lo esperaba. KAS fue un instrumento de vanguardia dentro del que también pugnaban otras vanguardias.

Recuerdo, sin entrecomillar la cita, que la ponencia de la transformación llamada Berrikuntza decía algo así como que no por ser de KAS se poseía la razón, sino que era a través de la práctica política como se ganaba el debate ideológico. Quizás pasara desapercibido el matiz, o no tan matiz, perdido entre otras urgencias organizativas. Pero la afirmación creo que daba en la diana.

Hoy, ligando la última cita de Sankara sobre la construcción del porvenir, y la simultánea de KAS sobre su (auto)crítica al vanguardismo, nos encontramos en un escenario sencillo, desde mi punto de vista, incomprendido o malinterpretado por algunos. Estamos en un proceso de cambio de marco, en un impulso para aunar fuerzas e intentar cambiar las reglas del juego.

En este escenario, las claves del pasado no sirven. Hay que inventar un futuro en el que desplegar una nueva forma de hacer política, sin abandonar las esencias con las que hemos llegado a esta encrucijada. Los mimbres son excelentes y la compañía de unos y otros es esencial para llegar al puerto. El cuaderno de bitácora ha estado preservado en el lugar adecuado, al amparo de tormentas y tempestades. Ha sorprendido a propios y extraños la fuerza electoral, por ejemplo, con la que ha podido mostrarse.

Por eso se me hace extraño encontrarme con actitudes y reflexiones sectarias, protagonizadas por aquellos que se consideran cercanos a la verdad absoluta, una verdad absoluta que yo, en mi largo peregrinar tanto por edad como por caminos, jamás alcancé a divisar. Aprendemos de nuestros errores, debatimos porque tenemos dudas y procuramos sumar cuando se trata de llevar a cabo ecuaciones políticas. Siempre con humildad y respeto a compañeras y compañeros.

En estos últimos meses he tenido constancia de esos espíritus puros en el ámbito sindical, en el asociativo, en el electoral, incluso en el territorial. La casa se edifica, proponen, desde el tejado. Primero la definición ideológica y programática de táctica y estrategia. Luego se llena de muebles. El asalto al Palacio de Invierno únicamente tiene una vía.

Me resulta sumamente incómodo citarlos y no voy a hacerlo. Con algunos de ellos he tenido encuentros en la primera fase. Jamás los he contemplado como enemigos, aunque quizás alguno de ellos me considere cómplice de no sé qué dejaciones. El verbo a veces es excesivamente ligero, sin posibilidad de rectificación.

Los puros, aquellos que se consideran tocados de la mano de dios o del diablo, pertenecen al mundo de los elegidos. Fuera de su línea, el caos, la pérdida de patrimonio revolucionario, la distancia. Repitiendo declaraciones históricas de otros protagonistas, se podría afirmar que como fuerza política carecen de significación, aunque como intención política, sus actos son peligrosos.

Estamos en un esfuerzo plural que requiere y necesita de hombres y mujeres dispuestos a cambiar las reglas del juego. Un proceso que requerirá de mayorías y de minorías para avanzar en la misma dirección en la que enfilaron su actividad las generaciones que nos precedieron. No inventamos el objetivo final, ni lo distorsionamos, sino que necesitamos construir, precisamente, los puentes para llegar a él. Como decía Sankara, tenemos que atrevernos a inventar el porvenir aunque, como añadía Sandino, únicamente seamos unos simples bandidos.

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