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Ucrania, a medio camino entre oriente y occidente

En las dos décadas que han transcurrido desde la desintegración de la Unión Soviética, pocos países han tenido una trayectoria tan intensa como Ucrania. Ha sido un camino de ida y vuelta entre Rusia y la Unión Europea, que ha vuelto a dejar al país eslavo en su posición inicial.

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Pablo GONZÁLEZ

Pocos países herederos de la URSS han tenido una historia reciente tan convulsa pero, a la postre, tan poco efectiva como Ucrania. Varias han sido las tentativas de cambio de rumbo hacia Occidente emprendidas por esta nación desde la desintegración hace veinte años de la Unión Soviética. Sin embargo, en todos estos años a cada paso de acercamiento hacia la Unión Europea y EEUU le ha seguido un periodo de retorno a posiciones próximas a Rusia.

De todas las repúblicas que formaban la URSS y que nunca habían conocido una independencia plena de Rusia, Ucrania era la que mayor sentimiento nacionalista experimentaba. Muchas eran las voces que abogaban por una independencia que, dadas las características del país, auguraba una vida rica y próspera. Ucrania era una república con una industria bien desarrollada y variada. Era conocida en toda la URSS como una tierra rica y fértil que proporcionaba una parte importante de los alimentos consumidos en el país.

Tras conseguir su independencia en 1991 Ucrania empezó una serie de reformas económicas para adaptarse al sistema capitalista. Esto supuso el fin de numerosas industrias ya que fuera de un sistema conjunto con las otras repúblicas no tenían simplemente a qué dedicarse. Las que sobrevivieron y tenían aún cierto mercado se enfrentaron a una realidad que evidenciaba que eran muy poco competitivas. Su consecuencia fue una de las peores caídas del PIB de todos los estados ex soviéticos. Este fenómeno se agravó con la aparición de oligarcas que llegaron a tener un poder incluso superior a sus homólogos rusos, todo ello en una nueva Ucrania con unos altos índices de corrupción.

A pesar de la celebración de elecciones libres, el poder seguía en manos de políticos criados dentro del partido comunista. Al primer presidente, Leonid Kravchuk, le siguió otro Leonid, en este caso Kuchma, en 1994. En sus más de diez años en el poder el país no experimentó avances significativos. El sistema comunista se había ido de golpe dejando un Estado poco o nada preparado para una vida económicamente independiente. La UE, pese a sus bonitas palabras, no estaba dispuesta a abrir sus fronteras a los productores ucranianos y ante la falta de ingresos el sistema social heredado de la URSS se derrumbó.

Mantener los mercados tradicionales hasta entonces también era muy problemático. El mercado ruso pasó a ser un mercado extranjero y las industrias rusas, competencia directa de lo que quedaba de las ucranianas. Esta situación se agravaba con continuas disputas con Rusia por la herencia militar soviética, el tránsito del gas y petróleo ruso por suelo ucraniano y por los derechos de la población étnica rusa, con gran presencia tanto en la península de Crimea, en el sur de Ucrania, como en la parte oriental del país, la zona económicamente más desarrollada.

Giro hacia occidente

El país necesitó de la llegada de una nueva generación de políticos para empezar a crecer económicamente, aunque de manera discreta. Fue el Gobierno con Viktor Yuschenko y Yulia Timoshenko el primero en lograr avances económicos. Ambos políticos eran abiertamente prooccidentales y promovían la integración de Ucrania tanto en la UE como en la OTAN. Ambos llegaron al poder en 2004 tras la llamada «revolución naranja», una serie de protestas pacíficas producidas tras el intento de amaño de las elecciones en 2003, con envenenamiento del candidato Yuschenko incluido. El derrotado fue el candidato apoyado por el Kremlin, Viktor Yanukovich.

Durante un breve periodo de tiempo parecía que Ucrania se acercaba de manera innegable hacia Occidente, pero la realidad económica del país lo volvieron a traer a una situación problemática. El giro que emprendió Ucrania con Yuschenko como presidente y Timoshenko como primer ministro fue tan claro como poco amistoso hacia Rusia. Ucrania empezó a participar activamente en numerosos foros y organizaciones internacionales opuestas a Moscú. Lo que las autoridades ucranianas no previeron fue la capacidad de respuesta del Kremlin.

Guerra del gas

Una de las fuentes que proporcionaba beneficios de manera más estable a las arcas ucranianas era el tránsito de productos energéticos desde Rusia a los países europeos por suelo ucraniano, especialmente del gas. No fueron pocas las veces en las que las autoridades ucranianas habían sacado importantes cantidades de gas para cubrir necesidades propias o para su reventa. Con los ejecutivos anteriores esto siempre se acababa de solucionar con referencias a la amistad que une a las dos naciones, sus estrechos lazos históricos y otras declaraciones similares de los dirigentes ucranianos. Con la llegada de un Gobierno tan poco amistoso hacia Moscú, el Kremlin no dudó en 2006 en aumentar los precios hasta niveles de mercado, lo cual agravaba seriamente la situación económica ucraniana.

La respuesta de Kiev fue un desafío directo al Kremlin. El resultado fue que ante el peligro de quedarse sin gas para cubrir sus necesidades, la UE, a pesar de apoyar políticamente al Gobierno de Yuschenko, presionó para que Kiev cediera ante las exigencias del Kremlin. La misma situación volvió a producirse en el cambio de año 2008-2009, con un resultado incluso peor para Ucrania, ya que varios países de la UE, como Alemania o Italia, se posicionaron del lado de Rusia.

Esta debilidad frente a Moscú fue erosionando poco a poco a la coalición prooccidental en el poder. Tuvo que ir suavizando su discurso y sus actos. Así cesaron la venta de armas a Georgia, a pesar de ser muy frecuentes en los años anteriores, y bajaron el nivel de presión sobre las bases militares rusas en Crimea. Finalmente, en 2010, llegaba al poder el candidato prorruso Viktor Yanukovich. Cerrando de esta manera otro intento de giro hacia Occidente. Ucrania volvía a estar en la misma posición de salida, con una dependencia económica de Rusia y un proyecto nacional incierto ante la división del país entre proeuropeos y prorrusos.

La Ucrania de Yanukovich está siguiendo la línea autoritaria de sus vecinos rusos y bielorrusos, aunque sin llegar a su nivel. Han endurecido el control de los medios de comunicación, especialmente los opositores, e incluso han juzgado y sentenciado a prisión por un caso de supuesto abuso de poder a la ex primera ministra Yulia Timoshenko.

El futuro está tan abierto como hace veinte años, pero seguirá, seguro, balanceando entre Oriente y Occidente.

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