Bielorrusia, el último reducto de la unión soviética
La última dictadura de Europa para algunos y un ejemplo de avance social para otros. En esta nación del este de Europa han convivido y evolucionado en los últimos veinte años algunas de las mejores y peores características del sistema soviético.
Pablo GONZÁLEZ
La desaparición de la URSS no supuso para Bielorrusia la recuperación de una anhelada independencia o la llegada de un sistema económico totalmente nuevo. No trajo un modelo de democracia homologable para Occidente, pero sí supuso en cambio la necesidad de adaptarse a las nuevas circunstancias para poder mantener su estilo de vida, aunque eso supusiera tener que redefinir sus relaciones con todos sus vecinos.
Bielorrusia no buscó la independencia, en la práctica fue expulsada de un país del que se sentía cómodo formando parte. Ni los ciudadanos ni los dirigentes de la república soviética de Bielorrusia estaban a favor de la desintegración. Más del 80% de la población lo demostró votando en un referendo nacional a favor de continuar en la URSS. El dirigente de la república en aquella época, Stanislav Shushkevich, hizo todo lo que estuvo a su alcance para promover una institución nacional que sustituyera a la URSS, pero la Comunidad de Estados Independientes que se formó nunca ha llegado a ser nada parecido a un organismo unificador importante y real.
La situación bielorrusa era una de las más complejas de todas las repúblicas soviéticas en el momento de la implosión del imperio soviético. Era la nación más contaminada por el accidente nuclear en la central de Chernobil, lo que reducía sensiblemente el terreno disponible para la agricultura y la ganadería, y su producción industrial había disminuido notablemente debido a las reformas económicas de Gorbachev.
La confusión sobre su futuro duró hasta 1994. Fue en ese año cuando se aprobó una nueva Constitución independiente y se efectuaron las primeras elecciones libres, en las que salió elegido como nuevo presidente del país Aleksander Lukashenko. El nuevo mandatario tomó un rumbo claro, si la URSS no podía volver, se preservaría el sistema soviético, al menos en Bielorrusia.
La fórmula tuvo un éxito relativo. A diferencia de Rusia, las grandes industrias bielorrusas no sufrieron una privatización masiva y salvaje. Entró capital privado en ellas, pero era el Estado quien tenía el poder de decisión en todos los casos. Gracias a este control centralizado de la economía, los bielorrusos gozaron de una estabilidad que no conocían sus vecinos rusos o ucranianos. El pago de salarios y pensiones no sufría demoras y los servicios sociales se mantenían al más puro estilo soviético.
Mientras la economía parecía encauzada en los primeros años de vida independiente del país, no fue en su vertiente política. Ya en 1996 Rusia y Bielorrusia firmaron los acuerdos bases para la creación de la unión de ambos países. Desde entonces han sido muchos los acuerdos adicionales que se han firmado, pero a pesar de las estrechas relaciones nunca se ha llegado a una plena integración. Las razones son varias, pero la figura política de Aleksander Lukashenko ha sido clave en este desarrollo de los acontecimientos.
Presidente autoritario
Presentado desde Occidente como el último dictador de Europa, Lukashenko es un político hábil y poco amigo de contemplaciones, al que algunos acusan de guiar Bielorrusia como sí de una propiedad privada suya se tratara. No ha dudado en cambiar la Constitución para poder perpetuarse en el poder, ya va por la cuarta legislatura, o en utilizar los servicios secretos bielorrusos, que siguen denominándose KGB, para combatir cualquier oposición política. En materia exterior ha demostrado una flexibilidad muy distinta a la mano dura que aplica en el interior del país. Se declara amigo del presidente venezolano, Hugo Chávez, y cultivó buenas relaciones -como tantos otros, incluido s occidentales-, con Muamar Gadafi.
En sus primeros años como mandatario no dudaba en presionar a Rusia amenazando con acercamientos a la Unión Europea o EEUU, pero al mismo tiempo recurría a su aspecto más sentimental para recordar la hermandad con el pueblo ruso para obtener unos precios por debajo de los del mercado a la hora de comprar gas y petróleo a Moscú. Luego, gas y petróleo eran revendidos a los países de la UE a precios de mercado haciendo competencia directa a Rusia. Este juego permitía a Lukashenko mantener un nivel de vida estable dentro del país, y gracias a ello gozar del apoyo popular.
Al finales de los 90 y principios del siglo XXI el sistema impuesto por Lukashenko funcionaba. La industria exportaba sus productos a Rusia, mercado que estaba en claro desarrollo económico. Los gaseoductos y oleoductos aportaban importantes cantidades por el transporte del gas y petróleo ruso hacia la UE, además de la reventa de dichos productos. Se abrieron con el tiempo incluso nuevos mercados como el venezolano.
Fin del sueño soviético
Los problemas llegaron con la llegada del nuevo milenio. Ninguna de las elecciones celebradas en Bielorrusia en los últimos diez años han sido reconocidas por europeos o estadounidenses. A partir de 2006, coincidiendo con otros comicios presidenciales denunciados como dudosos, Bielorrusia fue incluida en la lista de países enemigos de Occidente junto a Corea del Norte, Irán o Venezuela, entre otros. Esto trajo consigo sanciones económicas y la prohibición a numerosas personalidades bielorrusas, el presidente entre ellos, de pisar territorio de la UE o EEUU.
Por otro lado, las autoridades rusas también fueron cansándose de Lukashenko y sus eternas promesas de integración que no llegaban a concretarse. Desde 2006 los precios del gas y petróleo ruso pasaron los de los mercados internacionales. El nivel de vida de la población, que sí bien era estable, pero no muy alto, fue bajando paulatinamente. La crisis de 2008 agravó más la situación. La caída de los precios del crudo fue un duro golpe para las finanzas del país. El rublo bielorruso se devaluó y los sueldos y las pensiones bajaron. Desde entonces, las autoridades bielorrusas buscan soluciones para salir de la crisis. Una de las más importantes ha sido la venta en 2011 de la compañía bielorrusa de gas Beltransgaz al gigante ruso Gazprom, sucumbiendo de esta manera ante la presión rusa.
Bielorrusia ha mantenido un sistema soviético, con similitudes respecto al modelo chino, al precio de no desarrollar las libertades de las que sí gozan otros países que formaban parte del imperio soviético. En esta época sólo su estrecha relación con Rusia le ha permitido resistir frente a las presiones externas, aunque es cada vez menos resistente ante las presiones de una Rusia cada vez más crecida. La incógnita de una Bielorrusia postsoviética se resolverá con una Bielorrusia post-Lukashenko. Hasta entonces, este país europeo seguirá con su peculiar sistema.