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El colgante de 25.000 años de Irikaitz pudo ser un afilador

El colgante de piedra de una edad aproximada de 25.000 años, hallado este verano en el yacimiento de Irikaitz de Zestoa, podría haber sido utilizado para afilar herramientas, tal como se intuyó al principio por la forma de la pieza, y no como adorno.
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GARA | DONOSTIA

El pasado 10 de agosto la Sociedad de Ciencias Aranzadi informaba de un importante hallazgo en el yacimiento de Irikaitz, en Zestoa: un colgante de piedra, el más antiguo encontrado en una excavación al aire libre en la Península Ibérica. Según anunció ayer en un comunicado la Universidad del País Vasco (UPV), cuyos investigadores, varios de ellos pertenecientes también a Aranzadi, excavan anualmente el yacimiento prehistórico de Irikaitz en campañas estivales, el colgante podría haber sido utilizado para afilar herramientas.

El colgante es un canto de río de lucita de nueve centímetros de largo, perforado en uno de sus extremos para permitir llevarlo colgado. En su momento, el director del yacimiento, Álvaro Arrizabalaga, ya anunció que, al menos una parte de la piedra, fue utilizada como útil para retocar los filos de herramientas hechas de sílex, como flechas o rascadores.

El hallazgo corresponde al Paleolítico Superior, a una época llamada gravetiense, la más reciente de las investigadas en Irikaitz. Según explicó entonces Arrizabalaga, en toda la península habrá «unas veinte piezas de esta misma época», con la peculiaridad de que siempre han aparecido en cuevas.

Irikaitz, uno de los yacimientos a cielo abierto más antiguos de Europa, está situado en un entorno rural entre el núcleo urbano de Zestoa y el barrio de Lasao, a muy poca distancia de la cueva de Ekain, declarada Patrimonio de la Humanidad por sus excepcionales pinturas rupestres.

Su excavación resulta «realmente extraordinaria», según Arrizabalaga, debido a sus restos del Paleolítico Inferior, durante el que pequeñas bandas de homo heidelbergensis -especie humana más antigua que el hombre de neandertal- acamparon asiduamente sobre esta verde colina que desciende en una pendiente suave hacia el curso medio del río Urola.

Protegido de la intemperie por los montes cercanos, el enclave reúne una serie de condiciones naturales que lo hace muy adecuado para vivir. Las cercanas aguas termales fueron otro argumento. Además, la relativa abundancia de rocas volcánicas, muy escasas en otras zonas, con las que confeccionar sus útiles de piedra hace pensar a los arqueólogos que Irikaitz fue una especie de «taller» al aire libre, donde los antiguos crearon unas herramientas muy primitivas en los primeros asentamientos del Paleolítico Inferior.

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