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Carlos GIL | Analista cultural

Confluencia

 
 

Apaso lento arribamos a la estación intercambiadora. Saltamos del metro y subimos a un autobús, siguiendo una ruta que nos lleva a un destino o a otra etapa. Primeras voluntades. Amanece tras la niebla un día cargado de significaciones. Esas gafas de sol esconden un paisaje interior mientras reflejan un páramo en movimiento. Escucha tus recuerdos asaltando tus células madre de un ignoto futuro. Resuenan los petardos que se han unido a la fiesta porque confluyen las tradiciones o se inclinan las balanzas hacia el ruido. Es un simulacro cultural reducir la dosis de belleza musical a la Marcha Radetzky de Johann Strauss una vez al año.

Con mis mejores intenciones me abrazo a Eduardo Galeano cuando indica que la cultura es comunicación. Y que para no ser muda debe empezar por no ser sorda. Escuchar y ser escuchado. Espacios de encuentro entre seres humanos que utilizan signos que elevan su capacidad para apartarse de su célula de identificación fiscal y llegar a una comunión que ayude a reconocernos, a resolvernos como entidades perdidas que se funden en lo colectivo a través de un color, una música, un baile, un poema o un simple garabato hecho por un cuerpo en estado de gracia comunicativa.

Una confluencia entre la memoria, el testimonio, el compromiso y la imaginación puesta al servicio de ese nosotros que solamente se puede fundar a base de un yo generoso. Todo lo que nos debe llevar a una cultura vinculada a la vida y a sus circunstancias, de denuncia o de ensoñación poética, pero sin competencias consumistas. Si este año nuevo no alcanzamos este propósito, seguiremos en el camino evangelizador hasta lograrlo.

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