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Raimundo Fitero

Saltarse un día

Creo que ha sido en Samoa donde para ajustar sus relojes a los tiempos comerciales actuales y poder estar en horario más afín con China, el monstruo consumidor que crece, se perdieron un día entero. El día treinta de diciembre desapareció. De las doce de la noche del día veintinueve, pasaron a las cero horas y un minuto del día treinta y uno. ¡Qué gran idea! ¿No se podría hacer aquí eso un día después? Es decir que del día treinta pasemos al día uno, librándonos de todos los programas previos a las campanadas, y sobre todo, los posteriores. Ya que Soraya y Mariano están con la hoz de los recortes salariales, podrían pensar en ahorrar un día al mes. Que me consulten que yo les indicaría aquellos días en los que por razones de fiestas patronales, católicas o futbolísticas más se despilfarra en todas las cadenas. Un ahorro que acababa con el déficit en un año. Hasta el de la Comunidad Valenciana, endeudada por los amigos de Mariano hasta el año dos mil veinticinco. Por lo menos.

Sobrevivir a las propuestas de los canales, vistas con ojos de sacrificado comentarista, es un suplicio. Es una pérdida de tiempo. Ni siquiera sirve como documento costumbrista para el futuro ya que el vestuario de los presentadores, actuantes y público de agencia, no sirven de referencia pues forman parte de una burbuja de la moda más impropia o de una rémora contractual. Los reportajes de las cadenas para incitar a ese consumo de ropa de cotillón, es una mueca del desastre que se nos avecina, publicidad encubierta chapucera que además crea un estado de opinión estética desbordante de ordinariez.

Pero el día uno, ese día televisivamente glorioso, ha sufrido uno de los ataques más dolosos para la legión de resacosos que cumplen religiosamente con los ritos. Si bien pudimos aplaudir las polcas, valses de la Orquesta Filarmónica de Viena con su concierto populista, perfectamente servido y empaquetado, la otra medicina de este día, los saltos de esquí han desaparecido. Tras haber acostumbrado durante décadas a la ciudadanía, de repente, y se supone que por motivos presupuestarios, se suprimen. Es un símbolo de los tiempos. Se recorta aquello que más nos gusta.

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