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Antonio Alvarez-Solís | Periodista

El oso y los ciudadanos

En este artículo, Antonio Álvarez-Solís equipara la ancestral costumbre esquimal de entregarse voluntariamente al oso una vez alcanzada la ancianidad, con el sacrificio, en este caso involuntario, que los gobiernos europeos están haciendo de los pobres, los pensionistas, los estudiantes y otros sectores directamente afectados por la crisis. Y, centrándose en el Estado español, el periodista augura profundos cambios constitucionales por parte del Gobierno de Mariano Rajoy al objeto de «expoliar» a la mayoría de sus habitantes.

Es sabido que entre los antiguos esquimales había la costumbre de que los ancianos y ancianas se entregaran voluntariamente al oso para librar de su carga a la familia. Moralmente era un hermoso sacrificio, pero ¿es admisible que varios gobiernos europeos -hablemos claro: bajo la presión alemana- arrojen por su cuenta al oso a los pobres pensionistas, a los parados miserablemente subsidiados, a los enfermos que sólo cuentan con la sanidad pública para afrontar sus males y a los estudiantes que quedarán ignaros por no tener dinero con que costear su matrícula? Yo creo que todo esto resulta escandaloso, teniendo en cuenta además que en el caso español la manoseada Constitución fija la contradictoria y correspondiente obligación pública, clamorosamente ignorada, de socorrer a los ciudadanos heridos por tales miserias a fin de que dejen de sufrirlas, pero ¿quién cree ya en las constituciones? Las constituciones las elabora la clase en el poder, que en la época actual no es la clase popular de la ciudadanía. De ahí se deriva, digamos al paso, la necesidad de hacerse con ese poder mediante la energía que sea necesaria.

Centremos ahora nuestra reflexión sobre España, ya que Europa es un montón de incongruencias orientadas al enriquecimiento abusivo. Hablar de Europa es hablar de una abstracción que cuando se concreta existencialmente se expresa en alemán. El Sr. Rajoy se prepara para asaltar los iglús en que vive la ciudadanía pobre -es decir, el sesenta por ciento de la ciudadanía- a fin de poner en marcha la extorsión de los habitantes del Estado que trabajan por un salario irrisorio y que, retóricamente, constituyen la soberanía nacional y su tributariado correspondiente.

Cómo practicará ese asalto a la vida de tales ciudadanos el Sr. Rajoy, ya que esos ciudadanos están revestidos, repito, con la soberanía nacional y hay que sortear ese decorado? La operación será sencilla. Bastará con modificar la Constitución a fin de que tal expolio no sea fruto de la gobernación «popular» sino del inevitable mandato constitucional.

O sea, primero se corromperá la Constitución y luego se declarará culpables de exceso anticonstitucional a los ciudadanos que exijan un mínimo bienestar. En la escena puede que un dirigente «popular» aparezca llorando ante el panorama de miseria que se ven forzados a gobernar, como ha hecho la ministra de Trabajo italiana mientras apretaba la soga en torno al cuello del ahorcado. O sea, volveremos a las mecánicas de las Cartas Magnas de los siglos tardo medievales y primeros de la época moderna para que los ricos obtengan más libertades y poder a fin de expandir y engrandecer el Reino -cuyas fronteras se extienden de poderoso a poderoso- y los pobres sean explotados sin más recurso que vivir su desgracia según la frase de una dirigente política «popular»: las lágrimas de hoy serán el consuelo del futuro, que es como los católicos dogmáticos presentan a su vez la recompensa del cielo.

No importa que un hombre caracterizado por su saber y su sano sentido común, como era lord Keynes, concluyera, para descalificar precisamente esa falacia del buen porvenir, que si esperamos al futuro estaremos todos muertos. Lo que no podía suponer siquiera lord Keynes es que en la época que vivimos los muertos votan su propia muerte, andan por la calle en demanda de empleo y que, por tanto, solamente se trata de enterrarlos.

El panorama prepotente sobre el que se están quemando los avances sociales obtenidos con la sangre de las masas puede resumirse en una frase de Goethe que he rescatado en una página de «Los sueños» de Freud: «Nos introducís en la vida y dejáis que el desdichado llegue a ser deudor». O lo que es igual, primero nos animaron a un consumo que produjo una riada de dinero podrido -¿lo recuerda usted, Sr. Aznar?- y después nos hicieron protagonistas del desastre del que, escandalosamente, siguen extrayendo inicuos beneficios.

La degradación constitucional que derivará de la reforma de la Constitución trasladará al Estado español a una situación colonial de la que no cabe esperar ningún progreso moral o económico, con lo que será más verdad que nunca la frase de que África empieza en los Pirineos. Frente a la Europa germánica, a la que asiste desde la profundidad de su inconsciente húngaro el Sr. Sarkozy, España va a maniatarse a sí misma no con políticas transitorias, que siempre pueden cambiarse, sino con una litúrgica consagración constitucional.

La fijación constitucional del déficit público, por ejemplo, impedirá a cualquier gobierno posterior al del Sr. Rajoy idear caminos para emprender políticas de desarrollo, por ejemplo, la práctica de una prudente inflación a fin de estimular la producción propia y el consumo. Es más, la fijación constitucional del déficit público puede perfectamente estimular de modo necesario y peligroso el endeudamiento privado mediante la forzosa adquisición complementaria de servicios como los de educación o el sanitario, ahora en buena parte a cargo del presupuesto y que habrán de recortarse para no superar el listón del mencionado déficit público. El Gobierno puede declararse incompetente para asumir ese gasto aduciendo los límites constitucionales.

El ataque a la libertad de las autonomías, y sobre todo al régimen autonómico de Euskadi o Catalunya -primer objetivo del Sr. Rajoy para fulminar dos nacionalismos fuertes-, va a ser frontal. El manto constitucional también justificará la destructora injerencia del Gobierno de Madrid en los organismos autonómicos. Con ello el mundo político regresará a un jacobinismo de alta intensidad que hará vibrar a muchos españoles que llevan en el alma el grito histórico de «¡Viva las caenas!». Esos españoles, a los que la sempiterna monarquía española mantuvo en el más rotundo enajenamiento ante toda modernidad, arrastrarán durante un tiempo su pobreza con tal de sostener el mito patriótico de la españolidad trascendental que alimenta su alma inmóvil. Pero en este caso ¿a quién interesa, de los poderes asentados en Madrid, lo que suceda dentro de unos años? Como Luis XV de Francia esos poderes piensan que tras ellos sobrevendrá el diluvio ¿Pero qué importa lo que suceda a posteriori? Ya vendrá una República a la que acusar de todos los males que la han antecedido. La tradición española de convertir los perjudicados en protagonistas del perjuicio tiene un largo recorrido.

Lo que vaya a hacer el Sr. Rajoy también queda afectado por las palabras que ha dedicado el vicepresidente de economía en la Comisión Europea, Sr. Rehn, a Italia tras las duras medidas acordadas por el premier italiano. El Sr. Rehn ha alabado esas medidas, pero ha insistido en que no son suficientes, sobre todo en lo que atañe al empleo. No se sabe exactamente qué  pretende el Sr. Rehn, pero las lágrimas de la ministra romana de Trabajo inducen sospechas muy dolorosas. Y si a Italia se la trata de tal manera, con el peso superior que tiene Italia ¿qué pasará con España? Dice el nuevo jefe del Gobierno que el futuro va a ser duro y ha pedido su respaldo a los españoles, pero no se entiende de dónde saldrá ese respaldo. Mientras, a la Banca se le inyectará mucho más dinero con el pretexto de dinamizar el crédito. Parole, parole. El fingimiento es clamoroso.

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