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Joxean Agirre Agirre | Sociólogo

La amnistía no es el problema

Fue colosal, más aún de lo esperado, y es evidente que las consecuencias de la inmensa manifestación del pasado sábado en Bilbo han marcado y seguirán marcando la agenda política al más alto nivel. El llamamiento de la plataforma Egin Dezagun Bidea consiguió aglutinar al mayor número de personas jamás congregado en un solo punto de Euskal Herria en torno a una única demanda. Este logro da una idea de la transversalidad social de la respuesta, en contraposición a los desmarques previos de PNV o Izquierda Unida, y acrecienta la preocupación de todos aquellos agentes que siguen sin tomarle el pulso a la nueva realidad política vasca.

Como aconseja el contumaz «tancredismo» que practica la clase política española, en lugar de reparar en el innegable éxito de la movilización y extraer consecuencias al respecto, en el curso de esta semana los principales portavoces de PP y PSOE han optado por cambiar el lema y los objetivos de la manifestación para cuestionar la legitimidad y la viabilidad de su finalidad. A quienes salieron a la calle tras una pancarta con el lema «Eskubide guztiekin euskal presoak Euskal Herrira» les responden que la amnistía y los indultos generales no tienen cabida en la legislación española. Cada vez se asemejan más a un niño aburrido que se hace trampas a sí mismo cuando hace «solitarios» con la baraja. Cambian la pregunta para que su respuesta, ya adelantada, tenga encaje. Y si no hay pan, comeremos pasteles.

Contrariamente a lo que se pueda pensar, este argumento encontró inmediato eco en las oficinas de prensa de no pocos medios y partidos políticos. Patxi López y Rodolfo Ares, Cospedal y Ruiz Gallardón, las cabeceras del grupo Vocento, avisaban de que solo cabe realizar reclamaciones viables, realistas y ajustadas al ordenamiento jurídico; de lo contrario, afirman, la frustración será el único resultado.

En otras palabras, han convertido una demanda política tan arraigada en este país desde tiempos de la última República española como la amnistía, en una suerte de verja electrificada que circunda su inmovilismo. Reparar en su sentido y recorrido histórico nos ayudará a entender lo absurdo de este penúltimo pretexto.

En los años postreros del franquismo y durante la llamada «transición» la situación de los presos y la necesidad de la amnistía provocó no solo un sinfín de manifestaciones con esta reivindicación. Fue esta consigna el verdadero espejo en el que se reflejaría, al menos en Euskal Herria, la naturaleza del cambio político y superación del anterior régimen que demandaba la sociedad vasca. Así, en los años 1975, 1976 y 1977 se concatenaron innumerables manifestaciones a favor de la amnistía, en muchas ocasiones brutalmente reprimidas, con un saldo de varios muertos.

En verano de 1976, el Gobierno de Suárez aprobó un decreto de indulto general que beneficiaba a los reos por delitos políticos y de opinión, excluyendo del mismo los delitos contra la integridad de las personas, entre otros. Este indulto ni fue de aplicación general, ni trajo consigo la desaparición de las causas que provocaban la existencia de presos políticos.

A partir de este momento, se extendió por todo Hego Euskal Herria la dinámica de las Gestoras Pro-Amnistía. La naturaleza de aquella organización era doble: por una parte exigían la liberación de los presos políticos vascos, pero, a la par, exigían las bases mínimas para configurar una democracia auténtica en nuestro país. Sobre esa base, aseguraban, sería innecesario mantener la demanda de la amnistía, por cuanto que no habría de nuevo presos políticos. El conflicto armado habría sido superado.

Desde entonces y hasta el día de hoy, la reivindicación histórica del Movimiento pro Amnistía ha conjugado esa doble perspectiva: amnistía, entendida como la excarcelación de las personas en prisión y regreso de las que se exiliaron, y superación en términos políticos de las causas que provocaron el conflicto. En términos actuales, acuerdo y marco democrático para Euskal Herria.

Sin perder de vista el sentido completo de esta reivindicación, el Movimiento pro Amnistía ha propuesto y dinamizado en más de tres décadas de historia numerosas iniciativas y campañas centradas en objetivos más concretos, limitados en su extensión, pero políticamente relevantes: contra las cárceles de exterminio, antirrepresivas (Aski da!), contra el aislamiento (Presoak Herrira), en contra de la dispersión (Euskal Presoak Euskal Herrira), siempre con el norte bien fijado y la doble perspectiva a la que aludía igualmente presente. La solución del conflicto político en los términos que la estrategia global definía traería como consecuencia la liberación de los presos políticos y el regreso de las personas exiliadas. Un acuerdo político negociado y plenamente democrático haría desaparecer las causas que mantenían abierto el conflicto armado. Ambas condiciones definían la amnistía, su alcance y sentido.

A día de hoy, la estrategia para superar definitivamente el conflicto contempla, cómo no, tanto la necesidad de abordar sus causas, como la de atender a sus consecuencias. El cambio más relevante al respecto estriba, precisamente, en que la izquierda abertzale lo afronta con una nueva hoja de ruta. Un plan de acción que abarca y compromete a todos y todas las personas y organizaciones que históricamente la han conformado. El paradigma estratégico es nuevo, pero sus objetivos permanecen intactos. En el tema al que hoy aludo, siguen siendo sacar a todos los presos políticos de la cárcel y facilitar el regreso de las personas exiliadas en plenitud de derechos, todo ello en el marco de un proceso de negociación política multilateral que desemboque en un acuerdo democrático. Nada nuevo bajo el sol, si atendemos al fondo de la cuestión.

La estrategia de los estados en este ámbito es meridianamente clara: hacer embarrancar la dinámica social a favor de los presos en cuestiones formales, legales e incluso emocionales, para revertir a su favor una correlación de fuerzas que, al menos en esa cuestión, nos es enormemente favorable en Euskal Herria. Lo esencial no se dirime en los textos de las pancartas, ni en las consignas a corear. Las amenazas veladas de Grande-Marlaska o de Ares solo consiguen sacar más y más gente a la calle. No anhelamos exhibir las fotos de los prisioneros políticos vascos, lo que buscamos es traerlos primero a Euskal Herria y después a casa. Y en esa tarea se ha comprometido la marea humana del 7 de enero, con paciencia y perseverancia, sin coger el rábano por las hojas ni confundir el slogan con el objetivo final.

Pat Sheehan, expreso republicano irlandés durante quince años, lo explicaba muy bien desde estas mismas páginas el mismo día de la manifestación: «nosotros no negociamos nuestra liberación, eso hubiera sido un error, porque habría focalizado en nosotros el proceso. Nuestra decisión fue buena porque asentó la percepción de la sociedad, y en todas las partes del conflicto, de que no se podía avanzar con presos en la cárcel». Lo crucial, en definitiva, es dar prioridad al proceso global en sí, preservando el alcance colectivo de todos los pasos a dar, también en las cárceles y desde las cárceles, desde el exilio, sin temor a desprenderse en el camino de premisas de otro tiempo político. La identidad y praxis colectiva de los hombres y mujeres presos y exiliadas son el ejemplo a seguir. Las pautas de su excarcelación serán dignas y colectivas, sea cual sea su escenario, calendario y materialización. Que a nadie le quepa duda de que solo supondrán un problema para los responsables últimos de abrirles el último portón que los separa de Euskal Herria. Esa es la voluntad que debemos forzar y cambiar con una movilización social constante y colosal. Egin dezagun bidea!

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