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Dabid LAZKANOITURBURU | Periodista

Ofrezco mi reino por una condena

 

La negativa de Occidente a condenar dos sangrientos sucesos acaecidos esta semana ha servido para despertarme de mi placentero sueño de sedada ingenuidad.

El primero, la muerte en atentado del científico nuclear iraní y responsable de las instalaciones de Natanz, Mustafah Ahmadi Roshan.

Ante las acusaciones directas de Teherán contra el Mossad y la CIA, Israel y EEUU han respondido con un lacónico «no nos consta». Hasta ahí todo «normal».

Pero uno esperaba, siquiera y sobre todo desde Europa, una declaración al uso de condena del atentado en nombre de la vida humana como derecho y bien supremo. En aras al rechazo de la violencia «venga de donde venga». Una dosis de hipocresía, por amor de Dios. Pero ni por esas. Mutis por el foro y silencio por respuesta.

Estaba elucubrando sobre las posibles razones de tan inexplicable comportamiento cuando llegó la noticia de la muerte del periodista francés Gilles Jacquier por el impacto de una granada cuando se hallaba cubriendo una manifestación progubernamental en la ciudad siria de Homs. Frente a los que, desde la oposición, insisten en la tesis de que el régimen se bombardea a sí mismo y a sus seguidores, los colegas del reportero confirman que se trató de un ataque de los rebeldes sirios.

Ahora sí. Ahora tendré mi tan ansiada dosis de condena, pensé para mis adentros. Pero, lejos de ello, París y sus aliados exigen explicaciones a Damasco y siguen insistiendo en que la rebelión siria es poco menos que la reencarnación de Gandhi.

Sumido ya en un «mono» que nubla mi mente, imploro. Condénenme a mí, si quieren, pero acaben con este síndrome de abstinencia.

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