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Análisis | UNA DÉCADA DE LA MUERTE DEL SOCIÓLOGO FRANCÉS

Pierre Bourdieu, el genio colérico

Diez años después de su muerte, el incitador pensamiento del sociólogo francés Pierre Bourdieu (1930-2002) continúa vivo y coleando, sirviendo para alimentar la llama de la rebeldía frente al infame estado de cosas.

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Iñaki URDANIBIA I Crítico literario

De este modo calificaba Michel Onfray al combativo sociólogo, quien, a su vez, lo dejaba claro: «Si el mundo me resulta soportable es porque puedo indignarme», y... lo hacía con ganas. Desde luego, en ningún otro personaje se unían en tan perfecta simbiosis el saber académico y el compromiso por hacer del mundo un lugar más habitable, más fraternal. En él se casaban, como señalase Jacques Bouveresse, «el sabio y el político».

No fue cosa de última hora su implicación del lado de los desheredados, si bien, en sus últimos años de vida, su presencia en los medios de comunicación lo puso más de relieve al difundir la imagen del pensador au milieu de la mêlée. Su implicación venía de lejos: despertó con el servicio militar y su destino argelino, así como con su posterior puesto de profesor en un liceo local. Entonces comenzó su trabajo de campo sobre los bereberes, sin abandonar sus trabajos sobre su Béarn natal, y la observación de las pésimas condiciones de vida de aquellas personas de la Kabilia vino a suponer una temprana toma de conciencia sobre la «labor civilizadora» del colonialismo y sobre las leyes que regían la transmisión de las ideas en el ciclo reproductivo social.

La conciencia a la que me refiero se plasmó, no obstante, no en sus posicionamientos propiamente políticos (que también, sobre todo en sus últimos años), sino en su propio quehacer académico, con la singular mirada que aplicaba a nuestras sociedades utilizando los instrumentos de la etnología, la antropología o el psicoanálisis, además obviamente de los de la sociología, pues, como él mismo indicara, este cambio de óptica, con el propósito de comprender la sociedad, era ya per se un posicionamiento político.

Así su mirada se desplazó por diferentes prácticas sociales, tratando de sacar a la superficie las leyes y las condiciones históricas y socioeconómicas que hacen posible la elaboración de los distintos discursos y que constituyen algunos de los ejes en torno a los cuales se reproduce la sociedad, se heredan ideas y modelos, etc. La educación, el arte, la ciencia, el saber, la lengua, la relación entre sexos, la profesión de sociólogo (en constante proceso de auto-reflexividad), la de los filósofos, la de los mandarines universitarios, del papel de los intelectuales, los medios de comunicación, la institucionalización de distintas formas de dominación... son algunos de los objetos sobre los que Bourdieu detuvo su escrutadora mirada con el fin de desnudar tales actividades de los ropajes ideológicos que nos pintan las cosas como caídas del cielo, como si no pudieran ser de otra manera y como si respondiesen a inexorables leyes tan estrictas, rígidas e inevitables como las de la propia naturaleza.

La creación de una disciplina que pudiera dar cuenta de lo social llevó al profesor del Collége de France -presentado a tal puesto por otro que tal bailaba: Michel Foucault- a ir urdiendo una especie de álgebra social que nos aclarase acerca de los misterios de las sociedades complejas y nos suministrase suficientes «razones de actuar» (precisamente así se llamaba la editorial que fundó en 1996, «Liber-Raisons d'agir»).

En tal empresa, fueron varios los conceptos que se fueron convirtiendo en ideas-fuerza del pensamiento del autor de «La reproducción»: habitus, campo, distinción, reproducción, capital simbólico... Con estos instrumentos, desmontará los mecanismos que hacen que, en los distintos campos, las fuerzas en lucha vayan trazando las pautas que harán que un discurso sea adoptado como válido frente a otros que quedarán fuera de onda. De esta manera, se constituirán unos cánones que serán los que guíen y distingan a unos de otros (clases, profesiones...) y hagan que, dependiendo del lugar que uno ocupe en la estructura social, sus estudios, sus gustos artísticos, sus alimentos, sus maneras de comportarse sean distintos y vengan marcados por el lugar que ocupen en las estructuras antes mentadas. En esos campos en lucha continua, las estrategias y los conflictos se sucederán sin pausa, los sectores dominantes no cesarán en su permanente empeño por lograr una situación que aleje las posturas discordantes y que normalice los saberes, el funcionamiento social, las ideas que se han de transmitir por medio de los distintos instrumentos reproductivos (familia, escuela, medios de comunicación...), o de manera espontánea y automática (como lo hace el habitus, mecanismo estructurador que sirve para que la sociedad se reproduzca en sus consagrados valores y en su siempre necesario, y normalizador, «sentido común»).

El lenguaje marxista hablaría de «ideología dominante», el althusseriano de «aparatos ideológicos del Estado»... pero lo que sí que es destacable, en este orden de cosas, cuando con tanta persistencia se recurre al «sentido común» como cura de todas las locuras y como bálsamo social, es la afirmación de Marx, en polémica con el bueno de Poudhon, de que la historia avanza no por su lado bueno sino por el malo... Este último es el dinamizador del saber, de los cambios sociales, de las innovaciones de toda índole.

El compromiso del investigador Bourdieu se situaba en estos pagos de crítica a los sistemas de normalización/domesticación social (educativa, artística, científica, institucional, massmediática...) que aseguran la buena marcha de la sociedad capitalista, de su clase dominante y de sus lacayos (profesores-repetidores, políticos...) que no hacen sino seguir al pie de la letra el karaoke que les marca la voz de su amo.

Este compromiso y sus implicaciones académicas y extra-académicas, y las propias características del discurso bourdeuriano -algunas de sus afirmaciones se prestan a ser interpretadas como un recetario con tendencias mecanicistas- convirtieron a este intelectual, ya en vida, en objeto de constante debate, en especial desde que Luc Ferry y Alain Renaut dieron la señal de salida para un rétour à l´ordre con sus ataques al «anti-humanismo del pensamiento 68», representado según los citados amalgamadores por Althusser, Foucault, Deleuze, Derrida y nuestro hombre. Así, para unos fue un verdadero Galileo de las ciencias sociales, mientras que, para otros, un «impostor populista», un «terrorista sociológico», un «neoestalinista»... Descalificadores epítetos que se acumulaban en la medida que aumentaba su compromiso contra el neoliberalismo y a favor de la «izquierda de la izquierda».

Este carácter polémico hace que, a favor o en contra, todo el mundo se ha visto abocado a pronunciarse, pues sus obras siguen vivas, como señalase tras su muerte su colega de profesión Alain Touraine. Ahora que se cumplen diez años de su desaparición -falleció el 23 de enero de 2002-, no se puede dar por bueno aquello de que muerto el perro (con perdón), se acabó la rabia. Su incitador pensamiento sigue disfrutando de una salud envidiable, como muestra el inicio de la publicación de sus cursos en el Collége de France (el día 5 vio la luz el primer volumen), y a la vista está que sus instrumentos teóricos siguen manteniendo la rabia contra la «miseria del mundo». Lo anunció en una entrevista realizada por Didier Eribon, aparecida al poco de su muerte, en «Le Nouvel Observateur» : «¡Que no se regocijen demasiado rápido, pues todavía no he acabado de enmierdarles!».

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