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Fede de los Ríos

Un buen cristiano asesino de razones y vidas

Yo, rogaría a nuestra memoria que los recuerdos persigan, a él y los suyos, hasta el fín de la Historia

Bonito panegírico el que Antonio Mª Rouco Varela dedicó a su buen amigo y paisano Manuel Fraga Iribarne en misa oficiada en propia casa del muerto. Ante el ministro de Justicia, Ruiz-Gallardón, el presidente de la Xunta, Núñez Feijóo, así como la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, la exministra Isabel Tocino y el vicepresidente de la CEOE, Arturo Fernández, el cardenal resaltó la condición de cristiano y Padre de la Constitución del finado, como si de dos cosas inseparables se tratara.

Soberbia la homilía de Julián Barrio, arzobispo de Santiago de Compostela, ayer en la catedral. En ella definió a Don Manuel como «una persona de bien» que «defendió los valores de la civilización occidental», una civilización que «nació peregrinando en torno a la memoria del Apóstol Santiago» y «buscó el sentido de un porqué que ayuda a soportar cualquier cómo», algo así como un fin que justifique los medios, cualesquiera que sean. Ejemplos no faltan de la defensa de la civilización occidental que tanto amaba D. Manuel. Desde la Iª Cruzada de Urbano II, pasando por Covadonga y la Reconquista, hasta las invasiones de Iraq y Afganistán.

El arzobispo ha dicho que, «siendo sabedor de que cumplir la misión es alcanzar el destino», Fraga manifestó que «para un cristiano la muerte carece de problemas y de dramatismos, porque está superada por la resurrección, que es dogma esencial». Por eso, los asesinados por cristianos garantes de la civilización, son meras anécdotas. Don Manuel puso empeño desde sus cargos oficiales. No desfalleciendo, siquiera, en los difíciles momentos cuando los enemigos de España, dentro y fuera de sus fronteras, asediaban al régimen con peticiones de clemencia.

Así, las torturas, defenestración y posterior fusilamiento de Julián Grimau (trato exquisito lo definió D. Manuel); la muerte de Enrique Ruano, arrojado por la ventana de un séptimo piso mientras se encontraba detenido; Salvador Puig i Antich al que el garrote vil arrebató su vida; a Teófilo del Valle en Elda (Alicante) fueron balas policiales recibidas por pedir aumento salarial; los cinco de Gasteiz aquél 3 de Marzo: Francisco Aznar Clemente, Pedro María Martínez Ocio, Romualdo Barroso Chaparro, José Castillo García y Bienvenido Perea; dos días después, protestando por los sucesos, en Tarragona muere Juan Gabriel Rodrigo Knajo; el 8 en Basauri, durante una protesta similar la guardia civil mata a Vicente Antonio Ferrero, obrero de 18 años. El broche lo pone en Montejurra con Ricardo García Pellejero y Aniano Jiménez Santos.

Han tardado, pero esta vez las campanadas a morts sonaron para Don Manuel. Como su admirado Caudillo, gracias a la «Transición», también murió en la cama. Todo había quedado «atado y bien atado».

Pide el arzobispo, al final de su homilía, que con el patrocinio del Apóstol Santiago y con la intercesión de la Virgen María, el Señor lo acoja en el banquete del reino de los cielos.

Yo, rogaría a nuestra memoria que los recuerdos persigan, a él y a los suyos, hasta el fin de la Historia.

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