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J. Edgar Hoover: el gobierno y el poder desde la sombra

El estreno de un nuevo filme dirigido por Clint Eastwood siempre es una excelente noticia, pero en su última película, «J. Edgar», bordea el riesgo de enfrentarse a uno de los personajes menos conocidos y más determinantes de la historia moderna de los Estados Unidos, el director del FBI John Edgar Hoover. Leonardo DiCaprio ha sido el encargado de dar vida a este polémico personaje que se mantuvo en el poder durante 44 años.

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Koldo LANDALUZE I

La siniestra leyenda de John Edgar Hoover y su temida guardia pretoriana -el FBI- nació el 22 de julio de 1934. En el cine Biograph de Chicago se proyectaba «Manhattan Melodrama», un filme protagonizado por Clark Gable, Mirna Loy y William Powell, y entre los espectadores se encontraba John Dillinger, el célebre gángster que en un alarde de ingenio publicitario, había sido declarado por Hoover «Enemigo público nº 1 de los Estados Unidos». Finalizada la proyección, Dillinger y sus dos acompañantes -una gun-moll (amiga de gángster) llamada Polly Hamilton y una amiga de esta que se hacía llamar Anna Sage-, salieron al exterior despreocupados y sonrientes; sin percatarse de que el vestíbulo del Biograph y sus alrededores estaba plagado de agentes federales. En el interior de un coche, el jefe de la sección de Chicago, Melvin Purvis, observó con detalle esta escena y encendió un cigarro. Advertidos por esta señal, sus agentes rodearon a Dillinger y este emprendió una tímida huida mientras hizo un gesto que varios federales interpretaron como si su víctima iba a desenfundar su arma. Sin mediar palabra, los agentes acribillaron al gángster por la espalda y este quedó tendido sin vida sobre la acera.

Las mujeres que habían presenciado accidentalmente este suceso, se acercaron hasta el cadáver para mojar sus pañuelos en la sangre que comenzaba a expandirse y los hombres, por su parte, se sirvieron de papel de periódico para hacerse con el macabro recuerdo de este suceso que fue tildado de ejecución por la prensa.

A Hoover no le gustaban nada este tipo de crónicas y titulares que mancillaban el honor de su amado FBI. En realidad, a Hoover le gustaban muy pocas cosas y se empleó a fondo para dictar los designios de los Estados Unidos y espiar a todo aquel o aquella que fuera susceptible de ser espiado, es decir, a miles de personas. En cierta ocasión, el presidente John Fitzgerald Kennedy fue preguntado acerca de la continuidad de Hoover al frente del FBI y este respondió: «No puedo despedir a Dios». Hoover odiaba especialmente al clan Kennedy. William Sullivan -exdirector del FBI- lo definió en estos términos: «Tenía una inteligencia muy particular, era astuto y no tenía escrúpulos. Jamás leyó un libro susceptible de ampliar su pensamiento».

Todo ello se podía aplicar a su fiel acompañante, su asistente Clyde Tolson. Ambos vivieron en un microcosmo propio durante 44 años, almorzaban y cenaban juntos y Tolson acompañaba en todos su viajes a Hoover. Truman Capote, fiel a su afilado estilo, los llamó Johnny and Clyde. El director del FBI siempre se empleó a fondo a la hora de acallar los comentarios que le tildaban de homosexual, pero otro no menos enigmático personaje llamado Howard Hughes lo sabía. Hoover y el excéntrico magnate Hughes compartían amistad y se intercambiaban todo tipo de información relacionada con los cotilleos de los famosos. Hoover utilizaba en su propio beneficio este tipo de información, quería saber todos los movimientos que realizaban en su vida privada las estrellas de Hollywood y Hughes se la proporcionaba a través del teléfono -el magnate jamás se dejaba ver- o mediante la revista de cotilleos que él patrocinaba, «Hush-Hush».

Su caja fuerte, asaltada

El 5 de junio de 1974, la caja fuerte de Hughes fue asaltada y de ella se extrajeron multitud de documentos que el magnate guardaba celosamente, 100.000 documentos que plasmaban todos sus secretos.

Cuenta la leyenda que quizás fue el propio Hughes el que se encargó de perpetrar este robo para evitar un robo verdadero, cualquier especulación acerca de este suceso resulta posible si estaba orquestado por este extraño personaje adicto a la codeina, al fenacetín, los somníferos y tranquilizantes. También se especuló acerca de que la CIA estaba detrás de este episodio y se cuenta que las célebres fotos en las que J. Edgar Hoover aparece vestido con lencería femenina y medias negras, provenían de aquella caja fuerte. Hoover gobernaba desde la sombra y estableció una larga lista de normas de conducta personal y tantos procedimientos específicos que resultaba imposible que los agentes del FBI pudieran cumplirlas a rajatabla. Los G-Men (así se les denominaba) debían vestir pulcras camisas blancas, corbata y trajes oscuros y un corte de pelo similar al de los militares. Esta obsesiva meticulosidad era pareja al despotismo que utilizaba con sus agentes los cuales siempre hablaban con temor sobre él.

Nunca nadie ha negado la gran faceta de Hoover: fue un gran manipulador, un extorsionador nato, y todo el mundo sabía la presión que podía ejercer sobre el rebaño político y el mundo del espectáculo. Ignoramos si le gustaba el cine o el teatro, pero él consideraba a estos oficios como «perturbadores de ideas». Obsesivo, sinuoso y despótico, el director del FBI se mantuvo en el poder hasta su muerte, ocurrida el 2 de mayo de 1972, y mientras él gobernaba a su antojo desde su oficina, por la Casa Blanca desfilaron Calvin Coolidge, Herbert Hoover, John Fitzgerald Kennedy y Richard Nixon. Todos y cada uno de ellos tuvieron que soportar las directrices de este personaje, pero fueron sin duda Kennedy y Nixon los más afectados.

Hoover no soportaba a los hermanos John y Bobby y hay una escena real que confirmó esta relación: el 22 de noviembre de 1963, el secretario de Justicia Robert Fitzgerald Kennedy recibió una llamada telefónica mientras se encontraba descansando en su casa a la afueras de Washington. Bobby Kennedy no pudo evitar cierto sobresalto cuando reconoció que era la voz de Hoover la que provenía desde el otro lado del aparato. Hoover, quien apenas mantenía comunicación con los Kennedy, le comunicó que su hermano había sido asesinado en Dallas.

Cuando colgó el teléfono, Bobby se encontraba desolado y muy inquieto porque Hoover parecía contento cuando le comunicó esta noticia. Fueron muchos los desencuentros con los Kennedy: la chapuza de Guantánamo, la «cobardía» que demostraban los dos hermanos cuando debían tomar decisiones, las constantes aventuras extramatrimoniales de JFK. Nunca se ha asegurado que Hoover estuviera detrás de los asesinatos de los Kennedy, pero conocida su conducta obsesiva por saber todo aquello que se movía en la trastienda norteamericana, resultaba cuanto menos improbable que no estuviera al corriente de lo que les iba a ocurrir a los dos hermanos Kennedy.

También se le relacionó con la orden de eliminar a Martin Luther King y Malcolm X; no soportaba el ideario de estos activistas que, además, eran negros. Hoover odiaba a los comunistas, a los negros... y a Albert Einstein, de quien aseguró que se trataba en realidad de un espía soviético. J. Edgar Hoover odiaba a todo el mundo, quizás solo amó a Clyde Tolson, pero ni siquiera eso se ha podido confirmar porque construyó un muro infranqueable alrededor de sí mismo.

Con estos suculentos mimbres históricos, el último clásico de Hollywood, Clint Eastwood, ha afrontado uno de sus mayores retos creativos, porque no resulta nada fácil indagar en la vida y personalidad encriptadas de un personaje de las características de Hoover. «J. Edgar -afirma el propio cineasta- estuvo siempre presente en mi vida. Siempre fue el responsable del FBI. Yo no sabía mucho de él. Cuando lees los libros que hay escritos sobre él, sigues teniendo que hacerte tu propia idea del personaje porque era muy misterioso. Era una persona muy interesante y no se sabe mucho de él. Era un hombre muy solitario que únicamente confió en su inseparable amigo Clyde Tolson y en su asistenta personal Helen Gandy. Trabajar para él implicaba muchas manipulaciones. Supongo que tuvo que manipular en el mundo de la política, que es muy difícil. Pero consiguió mantenerse. He hablado con personas que trabajaron con él y dicen que se trataba de una persona muy afable. Muchos piensan que se trataba de un hijo de perra».

Recreación de episodios cruciales

La película «J. Edgar» se inicia en 1924, cuando con solo 29 años, Hoover fue nombrado director general del FBI para reorganizar esta institución deteriorada por sus malos resultados. El argumento recrea muchos de los episodios cruciales que vivió y orquestó desde la sombra hasta su muerte en el año 1972. A lo largo de los 136 minutos de la película, se desgranan los encontronazos que mantuvo con aquellos presidentes que nunca quisieron tenerle muy en cuenta y todo ello queda plasmado en una serie de archivos que el protagonista guarda celosamente.

Fiel a su estilo cinematográfico, Eastwood ha creado un gran fresco histórico en el que se esbozan con maestría varias facetas del protagonista. Por ejemplo, la escena en la que la madre de Hoover -interpretada por Judi Dench- observa por el retrovisor de su coche cómo su hijo roza levemente la mano de su fiel e inseparable Clyde Tolson. Leonardo Di Caprio ha sido el encargado de dar vida a este personaje y en él se da el caso singular de que ha interpretado en la gran pantalla a dos de los personajes más singulares de la historia moderna norteamericana: Howard Hughes («El aviador») y J. Edgar Hoover. Naomi Watts, Judi Dench y Josh Lucas completan el cuarteto protagonista de esta película en la que Clint Eastwood, como suele ser habitual, también se ha encargado de componer su banda sonora.

Hoover cogió su teléfono

Ignoramos si J. Edgar Hoover quería al senador Joseph McCarthy, pero, sin duda, aplaudió su cruzada particular durante la «Caza de Brujas». Fueron muchas las gentes del medio cinematográfico que tuvieron que soportar la presión axfisiante que ejercía sobre sus vidas el FBI. En el año 1953, Sam Fuller padeció este acoso obsesivo cuando se disponía a rodar la película «Manos peligrosas» -protagonizada por Richard Widmark y Jean Peters-. A pesar de que este filme de cine negro no incluía elemento procomunista alguno, la imagen del FBI no quedaba en muy buen lugar. Hoover se enteró de este detalle y telefoneó de inmediato al productor Darryl Zanuck.

Contra todo pronóstico, Zanuck se negó a incluir cualquier tipo de cambio en la película y Hoover, mediante sus habituales presiones, logró al menos que el FBI no fuera citado en el metraje. En el año 59, Hoover volvió a esgrimir su teléfono para llamar a la Warner Bros y mostrar su disposición a prestarse como «consultor» de una película en la que James Stewart daba vida a un agente del FBI en la película de Mervyn LeRoy «FBI contra el imperio del crimen». En esta oportunidad, Hoover logró su propósito y consiguió eliminar varias escenas que no eran de su agrado. En el año 67, el productor Robert Evans también recibió una llamada telefónica que le instaba a alterar notablemente la comedía satírica «The President´s Analyst». Evans se negó en rotundo a incluir cualquier tipo de cambio, pero fue el propio estudio quien dictó los cambios. Desde ese instante, Evans afirmaría que sus teléfonos siempre fueron pinchados y que siempre tuvo tras de sí la sombra del FBI. K. L.

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