Hace un par de semanas conocimos que Emakunde elegía a la compañía Jaizkibel y a la Junta del alarde igualitario de Irun como merecedoras de su premio anual. Un homenaje que, en boca de la directora de la institución, María Silvestre, busca reconocer la labor de ambos agentes en defensa del derecho a la participación de las mujeres en la fiesta.

Menos da una piedra. Es cierto. Y quizá este tipo de galardones sirvan para honrar la lucha desarrollada por la igualdad y visibilizar, a su vez, un conflicto más que enquistado. Sin embargo, mi intuición femenina me lleva a pensar que tras este suculento premio de 28.000 euros se esconde la intención de limpiar algunas conciencias inquietas tras la patética gestión ante el anterior Alarde de Hondarribia.

Poco o nada han hecho las instituciones durante estos quince años de conflicto. Y para una vez que deciden tomar cartas en el asunto, van y deciden vetar el paso de la mujer. No hace falta ser muy inteligente para darse cuenta de que así, en vez de hacia adelante, vamos hacia atrás.

Y ahora, para arreglar la cagada, deciden dar una palmadita en la espalda y ofrecen dinero público con el que silenciar las críticas.

En un mundo que se rige por las leyes del mercado, el dinero siempre es un buen aliado. Sin embargo, si lo que verdaderamente buscamos es una solución real al conflicto del alarde, e incluso a las desigualdad que sufre la mujer en todos los ámbitos, lo que apremian son políticas globales y, por supuesto, presupuestos públicos en clave de género que las hagan posibles.

La problemática de la desigualdad entre hombres y mujeres repercute en todas y cada una de áreas de la vida, y por ello debe ser trabajada de forma transversal desde todas las instituciones. Todas deben tener en mente esta labor y no deben refugiarse en Emakunde, una institución diseñada para encubrir las vergüenzas del resto.