Gloria REKARTE expresa
Que parezca un accidente
Apenas ha echado a andar febrero; el 2012 está aún nuevecito, como recién estrenado. Y los familiares de los prisioneros vascos han sufrido ya, en tan corto recorrido, tres accidentes en las carreteras a las que una política penitenciaria de excepción, les empuja cada fin de semana, y en las que el peaje se paga en sufrimiento. Siempre parece un accidente. Nunca lo es. Ninguno de ellos viaja por propia voluntad, porque les apetece darse un paseo, montar un picnic, o visitar catedrales. Viajan porque les obligan. Y porque les obligan no pueden elegir el cómo ni mucho menos el cuándo. Cada fin de semana, 700, 1.000, 1.200 o 2.000 kilómetros, se comen los que deberían ser sus días de fiesta, sus horas de descanso. Cada viernes, sin respiro apenas entre la jornada laboral y el volante, se encaran a las noches en carretera, a la marcha contra reloj para llegar no solo a tiempo, sino con la antelación exigida y que no sea un retraso la excusa perfecta para que el carcelero les deje sin visita. Se enfrentan a las horas de espera y trámites para los 40 minutos de comunicación intervenida. A la tensión de la carretera, y a la de los cacheos, y los controles, y las exigencias y las arbitrariedades. A la lluvia, a la nieve, al hielo. Los allegados de los prisioneros vascos viajan porque los diseñadores de política penitenciaria exigieron que el cariño, la solidaridad y por supuesto los derechos, se tasaran en precios muy altos. Tan altos como la vida. Viajan porque en su afán de venganza, les incluyeron en un trazado cruel y cobarde que calcula y acrecienta los riesgos mientras trata de eludir, ocultándolas entre la casualidad y la mala suerte, sus responsabilidades.