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Crónica | La afición calienta motores

La marejadilla inicia su conversión en tsunami

La copa vuelve a teñirse de rojiblanco. gracias al Athletic, de nuevo finalista, Pero también a su afición, verdadera ganadora de la última final. Los motores ya están calientes para repetir.

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Amaia U. LASAGABASTER

A nadie le gustan las resacas. La que no se manifiesta con un insoportable dolor de cabeza, lo hace con un estómago en estado de emergencia. O con una combinación de ambos. Pero, muy ocasionalmente, el día amanece con una resaca dulce. Una resaca de cuerpo dolorido pero sonrisa tontorrona. Una resaca como la que hoy disfruta, más que padece, la afición del Athletic.

Cierto es que lo sucedido anoche difiere de lo que se vivió en 2009, cuando el Athletic alcanzó su primera final en un cuarto de siglo. Ni el rival ni las circunstancias eran equiparables. Lo de las ganas sería más discutible. Porque los 25 años de espera se habían hecho larguísimos, pero precisamente por haberse prolongado tanto en el tiempo, muchas nuevas generaciones no sabían exactamente cuál era el objeto de sus suspiros. Ahora sí. Y como dice ese gastrónomo de gustos dudosos pero mente despejada que es Hannibal Lecter, deseamos lo que vemos, lo que conocemos. Como aquella final de Valencia con la que, pese al resultado, en directo o desde la lejanía, vibró toda la familia Athletic. Reserva, crianza o joven. Una experiencia tan adictiva como la nicotina. Y más recomendable.

Aún así, el ambiente ha necesitado su tiempo de maduración. Quizá porque el camino no ha estado jalonado de excesivos obstáculos -tres equipos de Segunda B y una sola eliminatoria ante un rival de Primera, que además quedó prácticamente resuelta en la ida-, invitando a pensar que el equipo se las podía arreglar sin excesivas ayudas por parte de la grada, o porque los encuentros se han sucedido a tal velocidad que casi ha costado percatarse de las pocas etapas que iban quedando por delante, pero lo cierto es que banderas y pinturas de guerra han permanecido en los cajones prácticamente hasta última hora. Incluso el club ha tirado de vídeo, en forma de acicate, recordando que el Athletic vuelve a ir «Koparen bila!».

Pero no hay problema sin solución. En este caso, a menor duración, mayor concentración. La fiesta se ha hecho esperar, pero cuando ha llegado se ha dejado sentir. Marejadilla que, en un abrir y cerrar de ojos, se convierte en tsunami. Y eso que, en realidad, no es más que el preludio de lo que sucederá en mayo. Un buen entrenamiento para desempolvar la maquinaria de movilización de masas, generación de ambiente y mantenimiento de apoyo indesmayable que ya convirtieron a la afición del Athletic en la verdadera ganadora de aquella final de Mestalla, y comprobar si se encuentra en condiciones. Por lo visto ayer, parece que sí.

Temperatura

Algo antes que ayer, en realidad. Para empezar, porque, poco a poco, el rojo y el blanco habían ido apoderándose de ventanas, balcones y escaparates. Porque las redes sociales ya humeaban, con los aficionados organizándose para elevar la temperatura. Y porque, hablando de grados, pocos, los aledaños de San Mamés ya habían hervido unas cuantas, muchas, horas antes de que diera inicio el choque entre Athletic y Mirandés. Horas antes, de hecho, de que se abrieran las taquillas, que para eso precisamente se armaron de valor los numerosos seguidores que tiendas, sacos, sillas, mesas, cartas, comida y combustible en mano pasaron una noche gélida al único abrigo de la Catedral. En una hora habían volado las pocas entradas que quedaban. El acto de amor por los colores no impidió que muchos tuvieran que seguir el encuentro por televisión.

Cerrado ese capítulo, la hinchada se tomó un pequeño descanso, indispensable para cargar pilas. La hinchada rojiblanca, se entiende, porque los fieles del Mirandés se dejaron notar en las calles de Bilbo desde por la mañana. O incluso antes, que también los hubo que se apuntaron a la gaupasa junto a las taquillas. Orgullosos con la gesta de su equipo; ilusionados con la posibilidad, pequeña pero real, de agrandar aún más su leyenda; conscientes de que el de ayer era, probablemente, su último día de flashazos y titulares hasta, al menos, el play-off de ascenso a Segunda; y, sobre todo, deseosos de vivir una experiencia inolvidable en un campo como la Catedral, los aproximadamente 800 seguidores rojillos que acompañaron a su equipo, aunque rivales, contribuyeron a que las calles bilbainas transformaran un martes gélido y lluvioso en un día de fiesta.

Su voz dejó de oirse mediada la tarde, engullida por las primeras embestidas del tsunami local que, ahora sí, se disponía a escribir una de esas jornadas con capítulo propio en el álbum de grandes recuerdos.

Jornada que difirió, en sus primeros compases, de lo habitual. La serpiente bicolor que normalmente abarrota Pozas y alrededores se convirtió en hidra. Porque aunque muchos se mantuvieron fieles a la tradición, abarrotando los bares de la zona y tomando las primeras decisiones de la tarde -jamón o tortilla, espirituoso o destilado-, no fueron menos los que respondieron al llamamiento y se arremolinaron en torno al hotel de concentración del equipo.

Agresión policial

Banderas al viento, gritos de ánimo, intercambio de flashazos -los aficionados no querían dejar de inmortalizar el momento, pero tampoco los jugadores-... El autobús rojiblanco se sumergió en la ola en su recorrido hasta San Mamés.

Fiesta que, lamentablemente, algunos aguaron. Varios efectivos de la Ertzaintza se tomaron muy a pecho lo de abrir camino a la comitiva, sacando las porras a paseo. Entre los damnificados, dos compañeros que, pese a la evidencia de que se encontraban realizando su trabajo -o precisamente por eso-, salieron malparados. Al fotógrafo de Argazki Press Jon Hernáez le destrozaron un objetivo, mientras Mitxi Calvo, de «El Mundo» acababa en el hospital con una mano seriamente dañada.

Con todo, fue, afortunadamente, la única nota negativa de una tarde por lo demás redonda que, a ritmo de cánticos -ingeniosos como el «Arséne Wenger, Toquero no se vende», hits eminentemente coperos, como aquel que recuerda los supuestos gustos culinarios de José María del Nido, alguna incursión del «Sí se puede» rojillo y, por supuesto, el clásico «Athletic, Athletic»-, fue acercándose a su clímax. Poco antes de las diez, San Mamés ya estaba abarrotado para recibir a sus héroes con un gigantesco mosaico rojiblanco. Banderas al viento, el himno coreado por 40.000 gargantas y hasta el más insensible con los pelos de punta. Y no precisamente por el frío.

La respuesta en el césped no se hizo esperar demasiado. Iker Munian activaba el primer detonador en el minuto once y Markel Susaeta le imitaba tres después. Con el de Jon Aurtenetxe, la Catedral bordeaba ya el colapso. Aunque también hubo suspiro de alivio, que nunca se sabe. Intercambio de piropos -del «Beti zurekin», al que se apuntaron hasta los rojillos, al «Sois de Primera» con el que se respondió a la parroquia mirandesa-, tranquilidad por un lado y resignación por otro pese al gol de Aitor Blanco, barra libre para el jolgorio a partir del cuarto y a disfrutar de lo que fue y de lo que está por venir. Sin invasión, pero con vuelta al ruedo del equipo, jaleado por 40.000 almas que aguantaron hasta que su equipo regresó a vestuarios.

Después, más fiesta. Hoy, aunque dulce, resaca. A partir de mañana, los preparativos para otra jornada inolvidable.

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