En la estación de ski Tenna, en les Grisons, Suiza, acaba de inaugurarse un telearrastre solar de 450 metros. La instalación está equipada con 82 placas solares de tres paneles, los cuales se orientan hacia el sol y también pueden bascular verticalmente para permitir la sacudida de la nieve acumulada. 90.000kWh es la figura. Apuntemos que el coste de instalación es más elevado que el de un arrastre clásico (algo más de un millón de euros) pero la energía producida es tres veces mayor que la que supone su consumo con lo que el exceso producido se revende. Noticias de este tipo se superponen o suceden la una a la otra, como la del nuevo coche eléctrico, de origen guipuzcoano presentado en Europa ante las sonrisas, más o menos melifluas, de jerarcas comunitarios. No voy a negar la idoneidad de estos productos y su pertinencia de cara a la contaminación ambiental, etc. pero, sin ser ni mucho menos experto en la cosa y sin manejar ningún tipo de datos, que por otra parte no entendería, pues por edad empiezo a estar un poco tocado por el “aitziber” ese, que decía el padre de una amiga; digo que, sin tener, perdón, ni puta idea, no se me alcanza a imaginar de dónde pueden, y a que costo, salir los que serían materiales sustitutos necesarios o la energía para mantener el enorme nivel de consumo que constituye nuestro tipo de vida. ¡Ah, bien, ya lo he entendido!, esto podría funcionar si lo hiciéramos solo unos pocos, nosotros, mientras los demás rebajan, o no llegan a sus pretensiones.