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La atracción de lo falso

El Archivo Histórico Provincial de Araba acoge hasta el próximo 15 de abril una exposición que, bajo el título de «Verdaderamente Falso», se adentra en el fascinante mundo de las falsificaciones. Pintura, piezas de valor arqueológico, monedas, libros, marcas comerciales, pasaportes, cédulas de identidad... la falsificación está presente de formas diversas en buena parte de las actividades del ser humano.

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Juanma COSTOYA

A su vez, el falsificador suele ocultar una personalidad compleja a caballo, en ocasiones, entre el simple ánimo de lucro, la búsqueda de la notoriedad, el afán proselitista en una actividad ilegal o no reconocida, y, no pocas veces, un afán de burla a la verdad establecida que les hace emparentar en el imaginario popular con personajes lúdicos o románticos. Un ejemplo, cuando en 1911 robaron la Gioconda del Museo del Louvre, el secretario del poeta Guillaume Apollinaire, Géry-Piétret, se autoinculpa, sin fundamento alguno, en busca de notoriedad y gloria. La Gendarmería francesa, tras descartarle como autor del robo, interrogó como sospechosos al propio Apollinaire y a Picasso, quien poseía antecedentes como comprador de arte robado.

En realidad, la mítica obra de Leonardo fue sustraída por un carpintero italiano que trabajaba en las reformas del museo parisino. Vincenzo Peruggia, que así se llamaba el ladrón, cumplía un encargo del estafador argentino Eduardo Valfierno, quien, a su vez, encargó, con anterioridad al robo, media docena de falsas Mona Lisas al falsificador de arte Yves Chaudroy. Otros tantos incautos, cinco norteamericanos y un brasileño, aflojaron una fabulosa cantidad de dólares pensando que estaban comprando el original de Leonardo da Vinci sustraído en el Louvre.

Del magnetismo que ejercen los falsificadores de arte sobre el público en general y sobre otros creadores da fe el corto dirigido en 1973 por Orson Welles «F for Fake» («F de Fraude»). Su argumento se inspira en la fabulosa vida del húngaro Elmyr de Hory, considerado uno de los mayores falsificadores de arte del mundo.

Elmyr de Hory

Se cifran en más de mil los cuadros falsos vendidos como originales salidos del pincel de este virtuoso de la imitación. Según el testimonio de quienes le trataron, de Hory era un auténtico gentleman que se alojaba en los mejores hoteles, lucía un monóculo del que colgaba una cadena de oro, reloj de pulsera Cartier, vestía jerséis de Cachemir y conducía un descapotable rojo. En su tarjeta de visita podía leerse la profesión que él mismo se atribuía: «coleccionista de obras de arte». Fugitivo de los nazis en su juventud, del FBI en su madurez y de la justicia española al final de su vida, de Hory encontró refugio en sus últimos años en la isla de Ibiza. La firma de Picasso, Modigliani, Matisse, Renoir, Toulouse Lautrec, Gauguin o Chagall figuraba al pie de las obras que él mismo pintaba. Algunos de sus clientes fueron millonarios texanos de la industria petrolífera ansiosos por dotar a sus inversiones de un aire intelectual. El magnate norteamericano Algur Hurtle Meadows le pagó generosamente por cada uno de los cuarenta y cuatro cuadros que le compró, todos ellos falsos por supuesto. Su leyenda afirma que cada vez que vendía algo lo celebraba con una botella de Mouton Rothschild cosecha de 1929. En este detalle De Hory entronca con otro nombre relacionado con la faceta delictiva del arte; Eric el Belga tenía por costumbre dejar en el lugar de sus expolios una botella de champán y dos copas vacías.

A pesar de su inmenso talento para la pintura, Elmyr de Hory nunca logró en vida vivir de su propia producción. En Ibiza se asoció con dos jóvenes, Legros y Lessard, que le chantajearon durante años. Las disensiones en el trío pusieron a la Policía tras la pista del genial falsificador. Un año antes de morir juntó algunos cuadros propios firmados con su nombre y los expuso en una sala de Madrid. El 11 de diciembre de 1976, muy afectado por la traición de sus socios y temeroso de que el juicio que se seguía en su contra en la audiencia de Palma de Mallorca terminase con la extradición al Estado francés, Elmyr de Hory puso fin a su vida ingiriendo una dosis mortal de barbitúricos. Al poco de su muerte comenzaron a circular cuadros falsos atribuidos a su persona. El gran falsificador era a su vez falsificado y hay quien considera que esa es la prueba suprema de su éxito póstumo como pintor.

Nazis y falsificadores idealistas

La exposición citada tiene también una sección dedicada a la falsificación de moneda y documentos. Se incluye aquí algún testimonio histórico como alguno de los carnets de identidad que se hicieron para que el dirigente comunista Santiago Carrillo se moviera en la clandestinidad sin dificultades.

La falsificación de moneda, sellos y documentos oficiales ha sido un arma frecuente utilizada entre otros grupos organizados por gobiernos determinados que buscaban la desestabilización económica de países rivales. La película «Los falsificadores» (2007) se basó en un hecho real: la Alemania nazi reunió en el campo de concentración de Sachsenhausen a un grupo de detenidos de profesión técnicos gráficos, fotógrafos o dibujantes. La «Operación Bernhard», auspiciada desde Berlín, los utilizó para inundar el Reino Unido de libras falsas salidas de los talleres del campo de concentración. El objetivo era hundir la economía inglesa. Entre los detenidos en la vida real estaba Adolfo Burguer, un judío eslovaco, tipógrafo de profesión, que había alcanzado notoriedad falsificando partidas bautismales para tratar de evitar la deportación de sus vecinos judíos.

Las artes gráficas han tenido históricamente una vinculación con la izquierda política. No en vano Pablo Iglesias fue tipógrafo. Otro ejemplo es el vecino de la localidad navarra de Cascante, Lucio Urtubia. Su biógrafo, Bernard Thomas, lo califica en el título de su libro como «El anarquista irreductible» (Ediciones B). Una vida de exilio en París y lucha antifranquista lo condujeron, después de mil avatares, que incluyeron atracos y huidas novelescas, a la falsificación de moneda. Todo eso después de su horario de trabajo ya que Lucio Urtubia estaba todas las mañanas en la obra correspondiente donde desarrolló su labor de soldador sin desmayo. El de la Ribera descubrió su particular filón en la falsificación de cheques de viaje emitidos por el City Bank y puso en marcha una red clandestina que cobraba los suyos propios en diferentes ciudades poniendo lo recaudado al servicio de causas revolucionarias. Thomas sostiene en su biografía que Urtubia consiguió aligerar al City Bank de tres mil millones de pesetas añadiendo, con intención, «sin lograr hacerse rico».

Otro famoso falsificador «filántropo» fue el judío argentino Adolfo Kaminsky. Desde muy joven trabajó para la Resistencia francesa falsificando cédulas de identidad con el fin de evitar la deportación de niños a campos de concentración. Más tarde, y a pesar de sus orígenes, rompió con el Estado de Israel al asumir éste un carácter confesional. Durante la guerra de independencia argelina puso su talento y su oficio al servicio del Frente de Liberación Nacional Argelino. Jamás cobró por sus trabajos. En 1962 produjo un metro cúbico de billetes de cien francos (unos cien millones) para ayudar a la causa argelina. Cuando al poco tiempo se produjo un alto el fuego los francos fueron quemados en una hoguera. «El dinero siempre trae problemas» fue su argumento inapelable. En los sesenta falsificó documentos destinados a activistas que luchaban contra de las dictaduras latinoamericanas y también a favor de la descolonización africana. Sus pasaportes y carnets falsos fueron también utilizados en contra del régimen salazarista en Portugal y de la dictadura franquista. El movimiento objetor norteamericano opuesto a la guerra de Vietnam logró también cobertura en los documentos salidos de su taller. Durante diez años vivió en Argel y se casó con una tuareg con la que tuvo cinco hijos. Uno de ellos, Sarah, escribió la biografía de su padre: «Adolfo Kaminsky, falsificador».

Billetes falsos de un dólar

La historia de la falsificación es tan antigua y previsible como el ser humano. Es reconocido que algunos romanos falsificaban estatuas y arte vendiéndolos como si fuesen antigüedades griegas. Un lugar singular lo ocupó el norteamericano Edward Mueller, falsificador en los años treinta del siglo pasado de billetes de un dólar. Mueller, un viudo que vivía con un perro en una situación económica precaria, nunca aspiró a llevar un alto tren de vida. Sólo falsificaba lo que necesitaba para sobrevivir; si alguna vez le sobraba algo, compraba caramelos para los chicos del barrio. Tuvo la dicha de vivir en tiempos en que repartir chucherías gratis a los niños no resultaba sospechoso. Un incendio fortuito en su casa puso a la Policía tras su pista. El juez le condenó a poco más de un año de prisión, de los que cumplió cuatro meses, y a la multa de un dólar.

Un famoso falsario, Montfort, que acabó en la cárcel por vender un Utrillo salido de su mano y cuya tinta aún no se había secado del todo, sostenía: «La verdad es la mentira, al menos en el arte y la poesía. La verdad de un artista es ante todo lo que disimula a la vista de los demás. La música es lo único que no se puede plagiar».

Arqueología alavesa en el punto de mira

En 1990 fue presentado oficialmente el descubrimiento de una cueva ubicada en las estribaciones del Gorbea y que contenía un total de veinte figuras animales y hasta cuarenta y nueve símbolos, incluidos dibujos de manos pertenecientes al periodo paleolítico. El conjunto se comparó con una hipotética «Capilla Sixtina del arte rupestre». Su descubridor, Serafín Ruiz, un joven espeleólogo y estudiante de Historia fue premiado por la Diputación con 12,5 millones de pesetas. Solo un año después una pareja de arqueólogos británicos manifestó dudas sobre la autenticidad del conjunto, que fueron confirmandas por posteriores estudios. La «Altamira vasca« pasó a ser la «Cueva del Scoth-brite» en referencia al estropajo que se usó para el envejecimiento de las pinturas. Otro globo arqueológico que se desinfló en medio de polémicas fueron los hallazgos en las excavaciones de Iruña Veleia. Los fragmentos de cerámica con las más antiguas inscripciones en euskara y la representación del primer calvario de la historia fueron declarados falsos y la empresa Lurmen S.L., encargada de las excavaciones, fue llevada a los tribunales.J.M.C.

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