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La posguerra sigue desangrando y hundiendo Libia

Las celebraciones del primer aniversario del inicio de la «revolución» que, con la OTAN como fuerza aérea y de operaciones especiales, derrocó al régimen de Gadafi han coincidido con informes hechos públicos por Amnistía Internacional en los que denuncia la práctica generalizada de la tortura, ejecuciones extrajudiciales, campos de concentración donde se hacinan miles de gadafistas, y milicias armadas fuera de control que imponen su ley. Un año después, el Consejo Nacional de Transición que la OTAN se apresuró a calificar como «único y legítimo representante del pueblo libio» es una farsa de gobierno, internamente fraccionado e incapaz de hacer valer su autoridad sobre una multitud de «rebeldes» sin otra causa que la venganza y el ejercicio del poder como sinónimo de mano dura. En mitad de este caos, promete convocar elecciones «libres» para crear un Parlamento en junio. Pero, a la vista de la situación sobre el terreno, más bien parece una broma de mal gusto.

El secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, declaró ayer que Libia es una «misión cumplida» y que no piensan volver. Pero tiene una responsabilidad directa en esta catastrófica situación. Hacer de Libia «su guerra» les debería obligar a hacer suya también la responsabilidad del desastre. Y no frotarse las manos y llenarse los bolsillos en medio de una situación de caos que destroza, más si cabe, a Libia.

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