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Alvaro Reizabal Abogado

Carceleros

A día de hoy la postura del Gobierno sobre el tema de los presos vascos es la de tocar la música del baile del perrito: el cese de la lucha armada es insuficiente, ahora que se disuelvan, luego que entreguen la armas, después que pidan perdón...

Nos decían los curas, en sus aburridas clases de catecismo, que había sacramentos que imprimían carácter, es decir, que dejaban en quien los recibía un sello indeleble. Y creo que hay situaciones en la vida que, sin ser sacramentales, aunque suponen una gran hostia, son de las que dejan ese sello indeleble en quien las padece. Una de ellas, sin duda, es la de haber estado preso. El potente mecanismo en forma de instinto de supervivencia de que está dotado nuestro cerebro hace que con el paso del tiempo se vayan borrando de nuestra memoria los malos recuerdos, cada vez menos presentes en nuestro día a día, pero basta un acontecimiento traumático para que se reaviven y se representen en nuestra imaginación como si los estuviésemos viviendo en ese mismo instante. Algo de esto me pasó el otro día. Al poco tiempo de que se cumplieran 20 años de mi detención y posterior encarcelamiento, casi olvidados ya, cayó sobre mis hombros la terrible noticia de la múltiple masacre de la cárcel hondureña de Comayagua, que supuso la muerte de 357 reclusos, preventivos en un 70% (!). Más de 850 seres humanos hacinados en unas instalaciones construidas para albergar a 250. Los supervivientes, marcados para siempre por el llanto desgarrador de sus compañeros mientras se quemaban vivos. Imposible no pensar que podía haberle pasado a uno mismo en cualquiera de los fuegos que se producen en las dispersadas prisiones españolas. Se le ponen a uno los pelos de punta. Ejemplar, desde luego, el comportamiento de los carceleros, que para que nadie se fugara dispararon contra los que escapaban de las llamas y los dejaron encerrados y huyeron como gallinas después de tirar las llaves. Ni un solo guardián murió en la catástrofe, haciendo buena la canción de los Huajalotes: «Carcelero, carcelero, no eres persona decente, tu oficio es el más rastrero y tu corazón no siente».

Tras unas prometedoras declaraciones en las que el ministro del Interior del Gobierno de Madrid reconocía que el problema de ETA es político, han venido los desmentidos en tromba desde su propio partido, y hasta el patriarca de las Azores trazó en el congreso de Sevilla las líneas rojas a no traspasar en este tema, so pena de electrocución política. El Gobierno de Zapatero decía una cosa y su contraria día sí y día también, pero este no le va a la zaga. Total, que a día de hoy la postura del Gobierno sobre el tema de los presos vascos es la de tocar la música del baile del perrito: el cese de la lucha armada es insuficiente, ahora que se disuelvan, luego que entreguen la armas, después que pidan perdón y... luego ya les pondremos mas condiciones inasumibles para que se pudran en la cárcel.

La marea humana del 7 de enero en Bilbo dejó claro que somos muchos miles los vascos que ansiamos una salida satisfactoria para el problema de los presos de ETA. Esperemos que nadie cometa el irreparable error de dejarlos encerrados, tirar las llaves y salir corriendo.

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