Contra viento y marea muchas veces, y casi hasta su último aliento, Iñaki Bolinaga convirtió su afición juvenil al balonmano en una pasión que le ha acompañado durante más de 40 años, y de la que solo la enfermedad, y las embestidas de quienes exigieron su marcha del Arrate para solventar los problemas económicos del club, consiguieron apartarle. Pero el Arrate no logró sobrevivir a su ausencia, y el propio Iñaki sucumbía a los efectos del cáncer el pasado domingo. El hueco que dejará en el Mundo del Balonmano, con mayúsculas, será imposible de llenar. En Eibar quedará el consuelo de poder inspirarse en el ejemplo de un club modesto, pero ambicioso, al que Bolinaga condujo a cotas impensables.

Sobre Iñaki podrían decirse muchas cosas, pero quienes más trataron con él, quienes conocían de cerca su dedicación, recordarán que era un directivo que creía en lo que hacía, que anteponía sobre todo el trabajo en su pueblo, con los chavales, a quienes dedicaba recursos económicos y buenos entrenadores, que cada año se enorgullecía, sobre todo, de los progresos de sus equipos de cantera, que se preocupaba por el balonmano de su país, y se mojaba lo que hiciera falta por lo que consideraba correcto. Sin rendirse.